Sin la autonomía personal no hay persona

Federico Cárdenas Jiménez

Una de las diferencias más claras entre los seres humanos y el resto de los animales es esencialmente la posibilidad de definir un camino, es decir, biológicamente ambos estamos programados para nacer, crecer, reproducirnos y morir, pero humanamente no. Los animales no eligen actuar o sea que viven sin proponérselo, mientras que el ser humano define estilos de vida y diseña planes para poder vivir.

Esta posibilidad de actuar que tiene el ser humano a partir de la toma de una serie de decisiones que abarcan la experiencia, el momento presente y el futuro, es justamente la base de lo que se constituye como libertad o la posibilidad de ser y de hacer y a lo que se hace referencia cuando se habla de autonomía o lo que constitucionalmente se entiende como libre desarrollo de la personalidad.

Pero al hablar de ellas no se hace referencia a aspectos concretos, tan sólo constituyen fórmulas que ayudan a comprender las dimensiones de lo humano y sobre las cuales se edifican concepciones tan importantes como la democracia.

Siempre he traído a colación una reflexión hecha por Fernando Savater en torno a la libertad y que habla justamente de lo inasible de la idea así como de la manera en que caracteriza y determina lo humano: ¿la libertad es algo que tengo antes de saberlo, algo que sólo adquiero al saber que lo tengo o algo que para tenerlo debo renunciar a saber con precisión qué es? ¿Soy capaz de libertad o soy libertad y por ello capaz de ser humano? ¿La libertad es para hacer cosas? ¿Ser libre para qué? ¿Quién dice que soy libre? ¿Existe realmente la libertad?

Recuerdo un ejemplo muy práctico con el que el exmagistrado Carlos Gaviria Díaz, en su visita a la Universidad del Tolima para hablar de drogas, legalización y Paz, ilustró el sentido de la autonomía personal: él dijo: “es como cuando en un fin de semana una pareja se pregunta qué hacer y uno le dice al otro: ¿qué quieres hacer tú? y el otro le responde, ¡lo que tú quieras! Entonces el primero le dice, ¡pues dime tú!, a lo que el segundo le responde, ¡no, lo que tú quieras!

Es difícil tomar decisiones sobre nuestra vida –fue la idea de Gaviria- pero en últimas a cada quien le corresponde tomarlas. “¿Qué hago con mi vida? –dijo el exmagistrado- los otros pueden analizar y evaluar el sentido que le doy a mi vida, pero en últimas soy yo el que le da sentido”, sin embargo ese sentido se circunscribe dentro de un contexto social en el que toda conducta reclama una regulación por el simple hecho de convivir con otras personas. Y es esa regulación la que le da sentido a la autonomía personal, a la libertad o al libre desarrollo de la personalidad.

Friedrich Nietzsche preguntó si es uno capaz de fijarse por sí mismo el bien y el mal y suspender sobre uno la ley de la propia voluntad; si es posible ser el propio juez y el guardián de la propia ley. La respuesta se encuentra al pensar en que sin la autonomía personal no hay persona, así como sin la autonomía no hay democracia, porque la libertad consiste, en términos positivos, en formas propositivas de hacer la vida y de expandir sus posibilidades contando con el otro y los términos de su propia libertad. La libertad individual es asunto de posibilidades subjetivas y de condiciones propiciadas por la sociedad, su medio natural.

Para el caso, pensar en consumir drogas haciendo uso del libre desarrollo de la personalidad es pensar al mismo tiempo en un estado que está en condiciones de proteger, permitir y respetar ese derecho.

federic.cj@gmail.com

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