Mi actuar acorralado (4)

Federico Cárdenas Jiménez

… Los del chevette me llevaron, cabeza abajo, hacia un lugar donde me bajé y cogí un taxi en dirección hacia mi sitio de trabajo. Ni una sola palabra crucé con ellos en este recorrido. Cuando llegué, mi jefe no preguntó ni cómo ni qué ni quiénes.

Al regresar a mi sitio de trabajo, uno de los líderes me llamó para presentarme a una gente importante. Apenas nos encontramos hizo una llamada: “¡Voy con el profe para que sepan, pilas pues!”. ¿A dónde vamos? –Pregunté- y me respondió: “si usted quería estar en la colada, ése es el lugar” –me dijo-. Caminamos unos 20 minutos hasta que llegamos a un bar ubicado en un sector residencial. No era un sitio oculto porque había gente afuera y se escuchaba bulla. Entramos. El olor a marihuana y a bazuco era impresionante. Música electrónica. Media luz. Mientras me dirigía a una mesa a donde nos estaban esperando, sentía que todo el mundo me miraba. En esa mesa estaban unas “firmas” que manejaban sectores de la ciudad. Cuando hablo de “firmas” hago referencia a personas con alto poder en un sector y que lo administran generalmente desde el microtráfico, eso implica protección de la zona, administración de la venta y del consumo. Una “firma” manda y hay que cumplir. Nada se puede hacer sin permiso de la “firma”. Unas veces la “firma” es un jíbaro, otras, es alguien que no tiene esa visibilidad pero goza igualmente de mucho poder.

La ciudad estaba partida en zonas y estas “firmas” administraban esas zonas y yo acababa de conocerlas. Para mi trabajo esto era maravilloso, ¡estaba ganando mucha confianza con esta gente!, aunque el riesgo era altísimo: conque a una de estas personas, pasada en drogas, le diera por agredirme, hasta ahí llegaba mi camino, porque podían pasar muchas cosas entre ellas que me matara porque sí, o que me metiera en problemas con alguno de los miembros de su grupo o simplemente que mi avance se frenara.

Trajeron una cerveza que ya estaba destapada y parece que se notó mi gesto de desconfianza; mientras metía una línea de coca que había armado en la mesa, uno de ellos me dijo: “tranquilo profe que no tiene nada… tómesela tranquilo”. Me hice el loco lo que más pude con esa cerveza y observaba a mi alrededor cómo la gente se drogaba sobre todo con coca, bazuco y marihuana. “Por lo que ha escrito en el periódico, este ambiente para usted es normal ¿o no? Aquí hay de todo, desde el que mete mucho hasta el que no mete nada”… y comenzaron a hablar de historias de narcotraficantes como Pablo Escobar, Carlos Lehder y Rodríguez Gacha. Yo metí la cucharada de vez en cuando aportando datos y anécdotas hasta que me percaté de una pequeña orgía en una de las esquinas de ese bar: 6 hombres 2 mujeres y los presentes avivando la acción con silbidos y expresiones características de esa acción. Las niñas que participaron de la escena se acercaron luego a nuestra mesa ofreciendo sus atributos al primer postor.

El sitio era realmente un escenario complejo y no entendía cómo había logrado encajar allí en medio de tanto exceso. Bebieron y bebieron y metieron coca la que quisieron y la cerveza mía finalmente pude dársela a uno de ellos y pedir otras pero con la condición de ser destapadas frente a mí. De repente se sentó a mi lado un personaje, medio sobrio, que me dijo: usted es escritor ¿cierto? Yo quiero que escriba sobre mí…

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