Mi actuar acorralado (11)

Federico Cárdenas Jiménez

… En este caso, la droga se vendía dentro de los salones de clase, en las zonas verdes, en la entrada, en las chazas donde vendían supuestamente dulces, en los alrededores… era impresionante como la droga circulaba en este lugar: la zona estaba dividida en subzonas y cada una era gobernada por un grupo y cada grupo vendía semanalmente cerca de 15 millones de pesos en solo droga; supe de personas que llegaban de otros lugares de la ciudad a abastecerse de droga a este lugar, entraban y salían sin problema alguno porque ¡claro! todo estaba bajo control…

Era un control comprado: un silencio comprado, una permisividad comprada, una entrada y salida al lugar compradas, una libertad comprada; por eso todo funcionaba tan bien, porque en la cadena que alimentaba este fenómeno, los eslabones estaban muy bien apretados y por supuesto, todo aquel que se interpusiera debía ser retirado del camino.

Lo que pasaba en este lugar en relación con las drogas era lo mismo que sucedía en la calle, en el parque, en el barrio, en la plaza, en el estadio… en cualquier lugar: el consumo de drogas era un hecho real, pero envuelto en un manto de especulación y confrontación permanente en medio del cual se identificaban tres miradas: una primera de corte prohibicionista, cuyo matiz había sido hasta el momento, el de querer perseguir el consumo, sancionarlo y eliminarlo de la cotidianidad -y que tiene que ver mucho con un punto de vista conservador-tradicional de una sociedad normatizada, promediada, estandarizada y con mucha carga moral-; otra mirada muy permisiva, cuyo interés se relacionaba con el poder “ser” y “hacer” en cualquier lugar, en cualquier momento sin que nadie o nada se interpusiera –y que tenía que ver con el romanticismo de una sociedad en la que una persona fuera simplemente como quisiera ser sin medirse en sus límites, en sus actuaciones, sin importar lo demás, ni su entorno-; y una última mirada –muy ideal- en la que el ser humano vive bajo normas sociales, morales y éticas pero bajo un concepto idealizado de libertad que se supone es una construcción social dentro de la cual el individuo se dinamiza y el estado lo posibilita.

En este contexto y a pesar de las circunstancias y los mensajes amenazantes que habían llegado por vía de hecho, mi trabajo estaba motivado a comprender las variables del fenómeno en este lugar, a conocer por ejemplo cuál era el perfil del consumidor (más joven o más adulto, más hombres o más mujeres, más de las ciencias sociales o de las exactas), qué se consumía (más lo natural o más lo artificial), cuál era la calidad de lo que se consumía (hecho artesanalmente o importado, sembrado en casa o en grandes cultivos, suave o fuerte, dura o blanda, porcentajes de pureza, etc.), en qué lugares se consumía (abiertos o cerrados, clandestinos o públicos…), cuándo se consumía (mañana, tarde, noche, antes o después…), características comerciales (precios, presentaciones, promociones, ofertas, publicidad…), percepciones de consumidores y no consumidores, de productores y distribuidores, etc., y otras variables que podrían acercarme a la comprensión del fenómeno social, cultural y comercial de las drogas en este espacio; datos que obtuve sólo a partir un trabajo etnográfico extenso, intenso, arriesgado -considerando lo dicho hasta el momento y lo que falta por decir- y que cuando comenzó a dar frutos fue cortado por las manos criminales del narcotráfico.

Mis jefes y las autoridades del departamento, en una reunión programada a la que fui invitado, conocieron los resultados de la investigación; sorprendidos por los datos, aprobaron todo un plan de acciones pedagógicas a seguir y un presupuesto millonario importante para su consecución. Sin embargo, al salir de aquella reunión, una llamada me notificó que de no salir de la ciudad inmediatamente, el costo que asumiría en adelante sería bastante alto…

federic.cj@gmail.com

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