El yagé, la planta sagrada de la amazonía

Carlos Eduardo Lagos

Esta es una experiencia mítica, mágica y religiosa. Las culturas indígenas de la Amazonía colombiana pudieron conservar y mantener sus prácticas de chamanismo, basadas en el consumo del yagé, su planta más preciada.
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De estos grupos se reconocen los siguientes: los kamsá, del Valle del Sibundoy; los siona, habitantes del río Putumayo; los cofanes, del río Putumayo; San Miguel y Guamuez; los coreguaje, localizados sobre las márgenes del río Orteguaza; uitotos, del río Caquetá y sus afluentes; los ingas, del Valle del Sibundoy y Mocoa, entre otros. 

Los indígenas le atribuyen las enfermedades al mundo de los espíritus y a través del efecto del trance producido por el yagé, afirman pueden penetrar en ese mundo que para ellos, es el real; un mundo donde descubren la raíz de la enfermedad, su causa y posible cura. Por eso, en los rituales de yagé hacen sus sanaciones.

Las visiones que genera el efecto de la planta son llamadas pintas, de ahí la inspiración artística para la elaboración de sus artesanías. Esto demuestra la importancia cultural de la planta en su manifestación material. El Ayahuasca, como la llaman en Ecuador y Perú, quiere decir, el bejuco del alma o el bejuco de los muertos; en Brasil se le conoce como cappi, y en Colombia, yagé. Su nombre genérico es Banisteriopsis y la harmalina es su principal alcaloide.

Este no es un acto pagano, por el contrario, se trata de un ritual de la luz, los Taitas son muy marianos. Existen varias clases de pócimas que, dependiendo cómo se corta el bejuco o se mezcla con las demás plantas hermanas, se denominan: cielo guasca, loro guasca, curi guasca y culebra guasca, etc.

Durante el ceremonial el Taita emite sonidos de animales, soplos silvestres que según supe, se hacían para llamar a los espíritus del bien. Después de que la primera toma, el Taita junto a otros yageceros experimentados que lo acompañaban, musitan canciones de la madre tierra, al agitar su báculo para producir un cascabeleo de semillas, que parece como un río, “no corriendo, si no caminando paso a paso”.

La ceremonia termina con un ritual de limpieza donde todos los músicos con sus atuendos indígenas, flautas, quenas, guitarras y tambores, entonan canciones en los lenguajes de esas tribus ancestrales, y a través de plantas, sahumerios y lociones naturales, se recibe un nuevo amanecer tras liberar todas las cadenas que pueden atar nuestras vidas.

No obstante, este ceremonial no se debe realizar con personas que no pertenezcan a estas etnias por razones de respeto y de seguridad y salud personal.

 

CARLOS E. LAGOS CAMPOS

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