El regreso de la inflación y la inseguridad alimentaria

Carlos Gustavo Cano

Volvió a la mesa el tema de la seguridad alimentaria. Y también la energética, que van de la mano.
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Vueltas da la vida. A partir de la década de los años 90 del pasado siglo, que se inició bajo el signo de lo que entonces se conoció como el Consenso de Washington, y que elevó el libertinaje de las fuerzas del mercado a la categoría de dios de la economía, la suerte de los más pobres sufrió el más profundo descalabro de nuestra historia reciente. En aquel tiempo, el de la alabada apertura, quienes se atrevían a cuestionar esa doctrina, eran tildados de anacrónicos y virtualmente condenados a la hoguera por parte de sus diáconos y defensores de oficio. Pero el ulterior comportamiento del aparato productivo, infortunadamente para la suerte del país, les concedió la razón.

En el caso de la agricultura, se perdió durante esa década una cuarta parte del área cultivada del territorio. Un millón de hectáreas. Las importaciones de comida se multiplicaron por siete veces. Los campos se llenaron de cultivos de coca, reemplazando al Perú como el gran suministrador del globo. Los frentes guerrilleros y paramilitares vinculados al negocio florecieron por doquier. Y, como resultado, la democracia acabó lesionándose en materia grave, a la par de la ampliación de la brecha de desigualdad entre los pobladores rurales y los urbanos.

Tras haberse recuperado la producción agrícola lícita durante la primera década del presente milenio, hasta alcanzar de nuevo el mismo nivel de ocupación territorial que exhibía hace 30 años, las cosas volvieron a su punto de partida tras el llamado acuerdo de paz, y nos consagramos como el primer productor mundial de la droga, bajo el control de los cabecillas de los grupos armados al margen de la ley que suscribieron dicho pacto.

Desde entonces, la dominancia alimentaria de la inflación ha sido una constante, y, por consiguiente, el más grande dolor de cabeza para la autoridad monetaria. Como si fuera poco, choques externos o exógenos, no controlables por parte de las instituciones encargadas del manejo macroeconómico, como los estragos de la pandemia; el cambio climático; las confrontaciones comerciales como la existente entre China y Estados Unidos; las recurrentes restricciones y aún prohibiciones de exportaciones de alimentos como la carne de bovino en Argentina, de arroz en Vietnam y Tailandia, y, más recientemente, de aceite de palma por parte de Indonesia; y la invasión rusa de Ucrania – las dos naciones que en conjunto conforman la segunda fuente de energía, fertilizantes y granos del planeta -, han colocado en un serio aprieto el normal abastecimiento de comida y energía del mundo.

Fenómenos de índole geopolítica y climática, como los referidos, los cuales se apartan de los denominados fundamentales de la economía, suelen ser impredecibles y causantes de alteraciones de la seguridad alimentaria y energética, la cual se debe entender como el libre y expedito acceso a la oferta. Pero, según lo hemos experimentado, esa teoría pocas veces funciona en la realidad. De ahí, el rampante regreso de la inflación, vía alimentos y energía, la vieja pandemia que en la historia se ha materializado no solamente en desarreglos económicos, sino también en desgarramientos y rupturas sociales conducentes a conflictos internos y externos. Como solía afirmar Lenin, la forma más eficaz de derrotar a una nación es corrompiendo su moneda. Por consiguiente, resulta crucial contar con una huerta propia, robusta y suficiente, y con fuentes confiables y garantizadas de generación de energía bajo nuestro control. Fundamento esencial de la seguridad nacional. 

¿Qué debe hacer el banco central? No necesariamente reaccionar en primera instancia ante choques de oferta, pues los instrumentos con que cuenta – tasa de interés de referencia, regulación de la liquidez, esto es la cantidad de dinero en circulación, encajes bancarios, etc. -, se hallan diseñados únicamente para regular la demanda. A no ser que las expectativas de los agentes económicos sobre la inflación se alteren, y se desanclen de la meta fijada por su Junta Directiva, como efectivamente es el caso actual. Por ello debe seguir actuando con toda la firmeza, sin permitir que la vacilación otra vez se imponga sobre el arte de la anticipación. 

En materia de política monetaria, no hay nada más relevante que las expectativas sobre la inflación, y del lado de la oferta alimentaria, comenzar por los fundamentos de una economía de mercado rural sostenible, competitiva y equitativa. Es decir, garantizar la seguridad jurídica sobre los derechos de propiedad de la tierra, pasando por actualización catastral y la titularización masiva de predios actualmente en uso por parte de tenedores informales. La optimización de la actual frontera agrícola mediante un amplio programa de construcción de vías terciarias. El impulso de modalidades de tenencia de la tierra diferentes a la propiedad convencional, con plazos largos, no inferiores a quince o veinte años, como arriendo, usufructo, comodato, o cuentas en participación, a fin de darle acceso a la misma a jóvenes talentos, con la mira de ocupar quince millones de hectáreas aptas para la producción agrícola, pero hoy ociosas.

Tal el enorme potencial para satisfacer nuestra seguridad alimentaria y la de otros mercados, y coadyuvar en el control de la inflación. Aprovecharlo con toda la determinación de la sociedad, constituye

 

Carlos Arturo Cano

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