Un pueblo sin abuelos

Carmen Inés Cruz Betancourt

No fue el Covid-19 el que sentenció a los abuelos, antes lo hicieron el sistema de salud, el laboral y el desdén por los viejos. El primero por la deficiente y tardía atención que ofrece y porque ahora el tratamiento de cualquier patología que no se relacione con la pandemia se posterga por tiempo indefinido.
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El segundo porque minimizó las opciones laborales, y aun siendo personas vigorosas las empujó al rebusque en medio de serias limitaciones porque muy pocos son los que logran una pensión. El tercero por la desatención a los viejos por parte de muchas familias y del Estado que los ven como una carga. Pero el Covid-19  sí fue el puntillazo que determinó que “los abuelitos” (aun cuando no lo sean) eran la población más vulnerable, a pesar de que posiblemente por su mayor exposición a riesgos, tendremos más muertes de personas aún jóvenes. De otro lado porque cuando se tienen recursos médicos escasos, y aplicando economía de guerra, priorizan a quienes tienen mayores expectativas de vida. Aquí es preciso señalar la pertinencia de tratar con especial cuidado a personas con mayor riesgo, el asunto en este caso es el mensaje que se refuerza, de personas limitadas, desvalidas e indefensas, pero no precisamente para ofrecerles una atención más dedicada, sino “para dejarlos a su suerte”.
Entonces, como van las cosas, no pasará mucho tiempo hasta cuando se pueda afirmar que tenemos pueblos con muy pocos abuelos (y tíos abuelos). Muchos se habrán ido a otra dimensión donde posiblemente estarán mucho mejor, pero con la tristeza de observar a su hijos y nietos que se privaron del privilegio de su afecto y ternura, de recibir el mimo y el cuidado de quienes disfrutaban su compañía independientemente de las rabietas y decepciones que les dieran, de contar con su complicidad para encubrir diabluras, de conocer sus experiencias y recibir sus consejos. Serán las madres quienes más los extrañen porque no contarán con su incondicional ayuda para cuidar de los infantes mientras ellas trabajan; también los extrañarán los enfermos y personas con alguna discapacidad que no tendrán esa mano siempre dispuesta a darles cuidado y compañía. La economía también extrañará su presencia porque si bien los nietos suelen decir que los abuelos son “tacañetes” porque aprendieron que “el dinero no crece en los árboles”, ellos demandan servicios de salud, medicamentos, entretenimiento, hogares geriátricos y cuidadores -un oficio que terminó generando mucho empleo. Las manualidades y los jardines seguramente se verán afectados porque eran los abuelos quienes más se ocupaban de ellos.
Ese pueblo con muy pocos abuelos será un gran alivio para aquellos mercaderes que priorizan la dimensión económica; así, el sistema de salud, el pensional, las aseguradoras y otros, que ven con zozobra la creciente longevidad ganada por la humanidad, aun cuando actualmente algunos estudiosos señalan que precisamente la pandemia puede reducir la expectativa de vida de la población. Esa nueva situación tendrá muy variados impactos, entre otros, las llamadas familias extensas serán una curiosidad del pasado; también serán pueblos con muy poca memoria y por ello corren el riesgo de que cuanto suceda se reciba como una novedad a pesar de que la humanidad haya enfrentado problemáticas similares con variantes, tal como se observa en el caso de la pandemia que hoy nos abruma.
Finalmente, cabe señalar que según proyecciones de población el Dane para 2020 en Colombia las personas con 70 y más años representan el 5.35%, así que quedamos atentos para conocer cuál será ese porcentaje en una década.

CARMEN INÉS CRUZ

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