El Fanatismo, muy mal compañero

Carmen Inés Cruz Betancourt

La Real Academia Española de la Lengua define el Fanatismo como: el apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones. Es un comportamiento que, con estupor estamos evidenciado estos días, especialmente en personajes y colectivos que actúan en el escenario político.
PUBLICIDAD

Se entiende que las personas tengan sus preferencias políticas, religiosas y de otra índole y que las defiendan con firmeza y convicción, pero es inaceptable que lo hagan con agresividad e irrespeto. Son innumerables las tragedias derivadas del fanatismo extremo con que algunos defienden sus equipos deportivos, sus posturas religiosas o políticas, así como a sus ídolos, líderes o caudillos. Y son muchas las confrontaciones, las guerras, los muertos y heridos, la destrucción de bienes públicos y privados, y larga la lista de enemigos que quedan. Muy grave que se actúe de ese modo en ambientes especialmente crispados y proclives a reaccionar con violencia, que fácilmente pueden inducirles a reaccionar generando severas perturbaciones del orden público; además, porque son actitudes y comportamientos que tienden a imitarse y a transmitirse de padres a hijos, de generación en generación, con frecuencia sin que quienes las heredan o copian, entiendan la razón de las mismas.

Independiente de la orilla donde se ubique, discrepar de los resultados de un partido de fútbol, de fallos judiciales, de creencias religiosas y de muchos otros asuntos, aferrados visceralmente a puntos de vista que consideran los únicos válidos, hace un inmenso daño. Y no hay problema en que discrepen porque ese es su derecho en sociedades democráticas, el problema está en la forma como lo expresan, a veces cargados de rabia, en forma agresiva y amenazante. Más grave si se trata de figuras públicas o con cierta autoridad, que tienen la responsabilidad de guardar compostura y dar ejemplo de moderación, aún manteniéndose firmes en el asunto que defienden.

Tanto las personas como las colectividades que actúan con desmesurado fanatismo hacen gran daño a la comunidad, y flaco favor le hacen a su imagen, porque se revelan como personas incapaces de controlar sus emociones, de respetar al otro, de propiciar la construcción de entornos donde se goce de una sana convivencia y bienestar, lo que muy posiblemente hace parte de su discurso público.

Hoy, los medios de comunicación informan minuto a minuto y con gran velocidad el acontecer, especialmente aquello que incluye violencia y confrontaciones, y las redes sociales que tienen el gran mérito de democratizar la información y escudriñar inclusive aspectos recónditos de los hechos, también caen en la trampa de magnificar y multiplicar mensajes cargados de odio y violencia, muchos de ellos falsos y, que en todo caso agudizan aquellas discrepancias. El desafío, entonces, es entender la lesión enorme que causan a la sociedad y asumir la responsabilidad que les cabe por el deplorable ejemplo de dan a los niños y jóvenes que les observan, así como a sus adeptos y a la ciudadanía en general, a quienes en forma reiterada se convoca a evitar la violencia.

CARMEN INÉS CRUZ

Comentarios