El clamor de unos jóvenes

Carmen Inés Cruz Betancourt

Recibí una carta de un par de jóvenes que me piden tratar en esta columna el asunto que les agobia. Comparto la inquietud que plantean y opto por transcribir algunos fragmentos de dicho texto.
PUBLICIDAD

“Mi hermano y yo hacemos parte del estrato dos, aun cuando deberíamos estar en el uno. Nuestros padres trabajan muchas horas y muy duro en el rebusque y con frecuencia no logran hacer ni para la comida. Vivimos hacinados en un cuarto de inquilinato y nosotros dos tratamos de ayudarles en todo cuanto está a nuestro alcance. Ellos insisten en que solo si estudiamos podremos salir de la miseria en que vivimos, así que por la presión de ellos terminamos el bachillerato en un colegio público.

“Con el grado de bachiller siguió la lucha por entrar a la Universidad del Tolima y lo intentamos varias veces sin éxito. De nuevo, por presión de nuestros padres ingresamos a una universidad privada, donde nos dan un descuento especial, pero aún así resulta muy difícil conseguir el resto.

“Ahora, cuando los estudiantes de la Unal, la UT, del Itfit, del Conservatorio y de otras instituciones oficiales han conseguido que el Estado les de matrícula cero, sentimos alegría por esos jóvenes, a pesar de que ese beneficio incluye personas que podrían pagar y además, sabemos que esa financiación sale de los impuestos que todos pagamos. Frente a esto, con muchos amigos tan pobres como nosotros, nos preguntamos ¿Si a esos estudiantes les dan matrícula cero, por qué no se ofrecen similares beneficios a otros jóvenes que carecemos de todo pero queremos estudiar, y a pesar de los intentos no hemos logrado ingresar a esas instituciones? Porque unas cuantas becas a unos pocos no resuelven el problema y tampoco los créditos que anuncian, no solo porque no calificamos, sino porque no tendríamos cómo pagarlos.

“La única explicación que encontramos es que cosas así sólo las logran quienes tienen el coraje de hacer huelgas, manifestaciones y marchas; quienes amenazan, dañan los bienes públicos y perturban el orden público. Admiramos el coraje de quienes dan esas luchas pero, a pesar de nuestra pobreza, no compartimos esa manera de hacer las cosas.

Y debe quedar claro que el hecho de estudiar en una universidad privada, no significa que tengamos todo resuelto, porque aún seguimos sufriendo las carencias de nuestra agobiante pobreza. “Trabajamos algunas horas aquí y allá en lo que resulte, caminamos largas jornadas porque no tenemos para el transporte, vestimos de segundas y terceras y nos mal alimentamos cuando podemos, usamos libros prestados y si bien hay bibliotecas virtuales, por supuesto en nuestra vivienda no tenemos internet. En estas condiciones, para nosotros estudiar en una universidad privada lo que significa es que estamos haciendo un esfuerzo sobrehumano y de paso relevando al Estado de su obligación, como quien dice, somos doblemente victimizados por un sistema social cruel e injusto que discrimina sin misericordia… Inclusive, hay momentos que hemos pensado en el suicidio, pero nos ha detenido pensar en el dolor inmenso que causaríamos a nuestros padres, que en medio de la miseria y a pesar de que es difícil de entender, siguen creyendo que hay posibilidades de un mejor futuro”.

El clamor de este par de jóvenes refleja el de miles más. Cuanto dicen es cierto, para muchos el hecho de ingresar a una universidad privada no significa que tengan todo resuelto como algunos pudieran pensar, estas instituciones por más esfuerzos y creatividad que apliquen no logran resolver sus carencias porque no reciben aportes del Estado y su funcionamiento depende principalmente de la matrícula que pagan sus estudiantes. Así que la angustia expresada la debemos entender como un llamado urgente para encontrar estrategias que atiendan ese reclamo y esas aspiraciones, sumando voluntades desde el gobierno, el sector productivo, la academia y la sociedad civil.

CARMEN INÉS CRUZ

Comentarios