El deplorable hábito de incumplir

Carmen Inés Cruz Betancourt

Es tan arraigado en nuestro entorno el hábito de incumplir que hay quienes dicen que hace parte de nuestra cultura, pero deberían decir: de nuestra incultura.
PUBLICIDAD

No obstante, somos muchos quienes aún consideramos que incumplir citas o compromisos no es solo deplorable sino irrespetuoso y desconsiderado con los demás. Quien se acostumbra a incumplir lo hace en casi cualquier circunstancia, en asuntos mayores y menores. Irrespetan reglas básicas de urbanidad: no responden en forma oportuna para confirmar o excusar la asistencia a las invitaciones que recibe, y si han confirmado inicialmente y luego algún imprevisto les impide asistir, no comunican de inmediato para que no les esperen. Subestiman el esfuerzo que implica la preparación del evento y los costos económicos y emocionales que generan a los anfitriones. 

Muy lamentable resulta especialmente cuando el incumplimiento ocurre en asuntos públicos cuando han preparado con esmero los detalles y convocado a otras personas y, pasados largos minutos, inclusive varias horas, los personajes o invitados especiales no llegan, mientras los demás, molestos sienten que están perdiendo el tiempo. Con ello, quienes incumplen expresan desconsideración con los demás. 

Hay quienes, inclusive, consideran que llegar tarde es una forma de darse importancia y llamar la atención, ¡¡¡qué equivocados están!!! Claro que llaman la atención por groseros y descomedidos. Desconocen que si incumplen los altos directivos están autorizando a otros de menor rango para actuar igual. 

Este tipo de comportamientos se refleja también en la dilación que se observa en casi cualquier gestión o trámite, en la entrega de un servicio, en la aprobación de un asunto de menor o de máxima importancia, de una audiencia, una sentencia, un concepto. Ello, por supuesto, impacta negativamente la eficiencia y la productividad, además de que en la relación con otros, resta seriedad y credibilidad respecto a las personas y las instituciones. Puede, inclusive lesionar en forma severa relaciones y ocasionar pérdida de oportunidades, muy especialmente si involucran organizaciones y personas procedentes de culturas donde respetar el tiempo y cumplir los compromisos es sinónimo de responsabilidad y seriedad, y quien no lo hace será considerado poco confiable.

Tan penoso hábito es parte de la explicación de por qué son muchos los dirigentes y políticos que ofrecen cosas que luego no cumplen, se comprometen con asuntos que después olvidan sin pudor, y nada les inquieta porque saben que incumplir es lo usual y que otros le excusan porque actúan igual.

Qué bueno sería que, en ese gran compromiso por cambiar tantas cosas deplorables que suceden en nuestro entorno, comencemos por erradicar el incumplimiento y, en cambio, arraiguemos el hábito de cumplir con rigor y de la mejor manera posible, aprendiendo que NO también es una respuesta válida, que se puede expresar en forma gentil y oportuna. Se requiere entender que “cumplir en lo pequeño y en lo grande” es crucial para ganar eficiencia y competitividad, para optimizar el más valioso de todos los recursos: el tiempo; para demostrar respeto y consideración con los demás. Entonces, el clamor especial es a padres de familia, maestros, líderes, directivos y gobernantes de todos los niveles, que deben dar ejemplo todo el tiempo y en todos los aspectos.

Por supuesto, el cumplimiento riguroso obliga tanto a los invitados como a los anfitriones, que deberán asegurarse de iniciar y concluir las reuniones y eventos a la hora prevista en la convocatoria, sin esperar a los incumplidos, no importa la posición que ocupen, de no ser así estarán “castigando a los cumplidos con cargo a los incumplidos”.

CARMEN INÉS CRUZ

Comentarios