Las crecientes tarifas del gas

Carmen Inés Cruz Betancourt

La factura por servicio de gas (en cilindros) que en enero 2021 costó $150 mil, para una residencia en Ibagué, en junio llegó por $169 mil y ya para noviembre, por el mismo consumo, subió a $204 mil, significa que de enero a noviembre se incrementó en un 36%.
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Y en una zona rural del entorno de Venadillo una casa campesina que en enero pagó $50 mil pesos por gas domiciliario, en octubre el recibo llegó por $75 mil, por el mismo consumo; esto es, un incremento del 50%. Lo anterior con el agravante de que se anuncia que los incrementos seguirán dándose cada mes o cada dos meses. Surge entonces la pregunta: ¿Quién aguanta semejantes alzas? Se trata de un incremento que no se relaciona con nada, porque ni los sueldos ni las pensiones tienen nada que ver con semejantes alzas, que desbordan la capacidad de pago de una gran parte de la población para quienes lo único que crece es la pobreza y el desempleo. 

De otro lado hay que reconocer que, en términos generales, en el casco urbano de Ibagué el servicio de gas es bueno, pero aún así, para muchas familias resulta imposible asumir tales incrementos. Y es pertinente recordar que se ha promovido el cambio de estufas eléctricas por las de gas porque supuestamente era menos costoso y así se vendió la idea a la ciudadanía; a su vez a los habitantes de zonas rurales se les dijo que optar por estufas de gas traería bienestar y cuidado a su salud porque cocinar con leña hace daño a sus pulmones, lo cual es cierto, y además reduciría la deforestación. Pero con esas tarifas serán muchos los campesinos que retornan al uso de la leña, no por gusto sino por incapacidad total para asumir semejantes facturas. 

Todo esto en un contexto en el que se dice que “En Colombia aún existen cerca de 1,2 millones  de familias que cocinan con leña o carbón y algo más de 5 millones de habitantes que usan este tipo de combustibles para cocinar sus alimentos”, mientras se habla del gran compromiso con el cuidado del ambiente, la preservación de los recursos naturales, el control a la deforestación y la recuperación de los bosques. Son discursos que se hacen en altavoz a nivel nacional y en foros  internacionales donde se suscriben convenios para reducir el impacto del cambio climático que se agudiza de modo catastrófico, ya no como una amenaza lejana sino como una realidad dramática, que vivimos en nuestro entorno cercano y en el planeta entero.

Entre tanto, las tarifas de la electricidad también crecen y se sabe que éstas, igual que las tarifas del gas, tienen que ver con los precios internacionales del petróleo, la magnitud de las reservas y de su explotación, y si bien se habla del impulso a la generación de energías alternativas que se presentan como una buena opción, ello avanza en forma muy incipiente y en todo caso no parece una realidad de amplia cobertura en el corto plazo. Definitivamente los discursos y compromisos que escuchamos no coinciden con los hechos que se enfrentan y claman por acciones contundentes de los entes competentes, porque la realidad empuja a la gente a tomar decisiones indeseables, puesto que son millones las familias colombianas que enfrentan creciente pobreza, desempleo y desesperanza, que este tipo de situaciones agudizan en forma acelerada y peligrosa.

CARMEN INÉS CRUZ

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