Tradiciones que matan

Carmen Inés Cruz Betancourt

La estrepitosa caída de palcos atiborrados de público reunido para asistir a una corraleja en El Espinal, que reporta cuatro personas muertas y más de 300 lesionadas, nos ha conmovido y también avergonzado, porque no se entiende cómo es posible que algo así ocurra. Cientos de personas instaladas en una estructura precaria, hecha a la carrera y con materiales endebles, muchas de ellas ingiriendo licor, saltando y bailando, resulta insólito y, como si fuera poco, con admisión de niños pequeños.
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Quienes defienden tal adefesio argumentan que las corralejas son tradicionales y que la participación de niños permite que conozcan y valoren las tradiciones de la comunidad. ¿Qué tal el horror? En primer lugar no es cierto que ese tipo de espectáculos sea tradicional del Tolima, es foráneo, y definitivamente es iniciativa de empresarios que lo copiaron de comunidades de la Costa Atlántica donde sí lo es, y también ha generado tragedias similares a la que hoy lamentamos. En segundo lugar, resulta inaudito que lleven infantes para que observen semejante salvajismo. Será esa acaso una de las formas de familiarizarlos con la violencia y la agresión a seres sintientes (personas y animales) y encima a divertirse con ello? En otras palabras, a interiorizar como comportamientos aceptables la violencia y la falta de compasión con los otros?

    Es cierto que la historia antigua reporta espectáculos tan crueles como el Circo Romano, la crucifixión a presuntos infractores, la lapidación pública a mujeres infieles (no a los hombres), etc, etc, algunos de las cuales por suerte fueron superados, y es que en la medida en que la humanidad evoluciona también tienen que evolucionar aquellas formas primitivas de expresarse. Cómo admitir que cuando avanza el siglo XXI, cuando vivimos la era del conocimiento, la ciencia y la tecnología evolucionan en forma vertiginosa y el ser humano circula por las galaxias, se pretenda rescatar y preservar tradiciones que producen tanto dolor a los seres sintientes? ¿No constituye ese tipo de comportamientos un aporte a la estremecedora violencia que muestra hasta la saciedad, el valeroso Informe de la Comisión de la Verdad, presentado la semana anterior, que nos convoca a hacer todo a nuestro alcance para evitar su repetición? 

    Espectáculos como las corralejas, el rejoneo, el coleo, la riña de gallos y otros que alimentan actitudes violentas deben quedar en el pasado. Igual que las cabalgatas, que si bien divierten a los caballistas, es necesario admitir que no hay modo alguno de controlar la ingesta de licor, ni el severo maltrato animal que se da en ellas y que, por más que dispongan costosos operativos con cientos de policías y funcionarios, y pese a las buenas intenciones y compromiso de ASOCATOL, la indisciplina de los participantes alimentada por el licor, hacen imposible controlar los desmanes señalados; así que la única salida es descartarlas como parte de las fiestas. Es razonable entonces, que el Alcalde y el Secretario de Gobierno de Ibagué expresen “inconformidad  con el actuar de los caballistas ... porque no cumplieron con lo establecido por la Alcaldía” y anunciaron su intención de expedir un decreto municipal para prohibir ese tipo de evento.

Finalmente, mucho ayudaría si descartamos de cualquier agenda aquellas  actividades que si bien divierten a unos cuantos y representan un buen negocio para algunos, hacen daño a muchos más, con el agravante de que los daños causados, usualmente deben ser asumidos por las víctimas y por los entes gubernamentales que cometieron el error de permitirlos. 

Es muy importante que rescatemos y preservemos nuestras tradiciones, pero solo aquellas que aportan al desarrollo y bienestar ciudadano.

Carmen Inés Cruz

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