El mal menor

César Picón

En Tolima se han contagiado por Covid-19 un total de 157 niños entre 0 y 9 años y ninguno ha muerto. En Colombia, de los casi 14.000 contagios en ese rango de edad han muerto 25, el 0,17% (corte a 8 de agosto).
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Un estudio especializado de la revista “The Lancet Child & Adolescent Health” concluyó que en el mundo menos del 1% de los casos en niños resultan mortales.

Paradójicamente, ellos son los que están llevando la peor parte en esta pandemia, no por la letalidad de la enfermedad, sino porque el miedo llevó a prohibirles todo: ir al colegio, al parque, a jugar con los amigos, salir a la calle y hasta dejar de ver a sus familiares más queridos (abuelos, primos y demás). Se les prohibió casi todo lo que los hace felices.

Según el Instituto Colombiano de Neurociencias, el 88% de los pequeños muestra alguna afectación en la salud mental y el comportamiento, y el 42% ha visto afectadas sus habilidades académicas durante esta cuarentena. Se han tornado groseros, han perdido la disciplina al levantarse y acostarse, se frustran más fácil, se aburren con frecuencia y no se concentran ni aprenden igual con el profe detrás de una pantalla. Ni se diga de quienes no tienen acceso a la virtualidad. Súmele el alto incremento en los casos de maltrato, violencia y abuso de menores.

Científicos de la OMS han dicho que los niños son menos capaces de propagar la enfermedad. Estudios de varios países lo ratifican. Es decir, tampoco se les puede achacar que si se contagian en el colegio lleguen a la casa a enfermar la familia.

Las consecuencias de mantener aislados a los niños de la vida social y académica pueden ser catastróficas. No se puede reducir a “prefiero que pierda un año a que pierda la vida”, cómo lo plantean muchos padres de familia. Además de las graves afectaciones en el desarrollo cognitivo y las habilidades sociales de los pequeños, hay que reconocer que la mayoría de papás tienen muchos problemas al no poder enviar a sus hijos al colegio. No todos tienen la fortuna de trabajar desde el computador de la casa y recibir un sueldo a fin de mes. Muchos son independientes, otros viven del rebusque, si no trabajan no ganan. Los que son empleados pero sus labores requieren la presencialidad, también la ven gris. Tener que dejar los hijos con gente que no es de entera confianza, o solos pegados de un televisor, o incluso tener que sacarlos de casa para que acompañen a papá o mamá a trabajar, no es lo deseable, menos en estos tiempos. En los colegios muchas veces reciben mejor alimento del que pueden tener en casa, además, aprenden y los cuidan.

El Ministerio desarrolló una guía para el retorno a la presencialidad con alternancia, pero ya varias regiones anunciaron que seguirán en la virtualidad (incluido Ibagué). Muchas otras todavía no definen qué hacer.

Mantener indefinidamente cerradas las escuelas tendría efectos sicológicos dramáticos, una pérdida invaluable de capital humano y una profundización de las desigualdades socioeconómicas. Si sabemos que el virus no es letal en los niños y tampoco son vectores de transmisión de la enfermedad, es necesario pensar cuál es el mal menor: mantenerlos aislados y asumir las consecuencias o que vuelvan a vivir a pesar del riesgo (muy bajo, pero existente).

CESAR PICÓN

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