Ser o no ser Charlie

Fuad Gonzalo Chacón

Las balas surcaron los pasillos de la redacción y en su camino devastador cegaron el hálito de varias almas quienes nunca pensaron que esa mañana, tan parecida y monótona como cualquier otra, llegarían puntuales a su oficina para morir. Charlie Hebdo enlutó al mundo siendo la víctima de una masacre en pleno corazón de París como hace muchísimos años no se veía en el viejo continente.

Millones de franceses se volcaron a las calles para manifestar su rechazo contra el terror y una Europa unida demostró que ante la zozobra solo la solidaridad permite encontrar en los demás la fuerza que a uno le falta.

“Je suis Charlie” fue el grito de batalla que inundó las redes sociales en respaldo a la pequeña publicación que de un momento a otro y, por causa de una macabra e inimaginable contingencia, se convirtió en el símbolo inequívoco de un solo clamor. Pero con la misma velocidad que más y más voces se iban uniendo improvisando un francés envalentonado, otra tendencia contraria y proporcional iba ganando adeptos, la de aquellos que se niegan a asumir el mensaje de Charlie como propio: “Je ne suis pas Charlie”. Una oposición válida al movimiento nacido días atrás, pero que quizás ha malinterpretado la carga del mensaje que Charlie Hebdo quiere enviar al mundo.

La libertad de expresión abarca la facultad de manifestarse, tan simple como eso. Ella no tiene en cuenta el contenido que se transmite ni el emisor que lo difunde, pues es ajena a ambos elementos y solo se preocupa porque exista la posibilidad potencial de dar a conocer lo que quiere. De esta forma, Charlie Hebdo pudiendo ser una publicación cuyas caricaturas son políticamente incorrectas, y causan escozor en el grupo poblacional sobre el cual recae su crítica, tenía todo el derecho de imprimirlas y hacerlas llegar a quienes desearan recibirlas.

Musulmanes, católicos, judíos y en general cuanta religión de alquiler existiera cayó en la mira del grupo editorial del periódico y generó suficiente material para hacer enojar a unas cuantas personas. Así pues, su rol en la sociedad francesa no era otra cosa que provocar incendios en la sociedad por el simple placer de ver arder en ira a sus contradictores y este propósito, aunque ofensivo y sin sentido para muchos, es perfectamente constitucional.

Al decir que “Je suis Charlie” no se está legitimando el contenido de sus dibujos, como erróneamente se piensa, si no que se está reivindicando la legalidad de su publicación. Si la libertad de expresión se redujera exclusivamente a aquellas manifestaciones con las que uno concordara se caería en un sesgo subjetivo muy parecido a la censura que hoy por hoy se practica abiertamente en varios países del mundo. No ser Charlie en estos momentos sería un mensaje egoísta que nos llevaría a reconocer la existencia de temas tabú que están rotundamente prohibidos y que de llegar a ser ridiculizados podría traer consecuencias.

Hoy la sátira de Charlie Hebdo tiene más validez que nunca y dolorosamente la sangre en sus pasillos demuestra que algo estaban haciendo bien.

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