El problema de ser negro

Fuad Gonzalo Chacón

Esta semana las imágenes de Michael Slager, policía de la ciudad de Charleston, desenfundando su arma con experticia para descargar el contenido del tambor sobre un afroamericano que huye en slow motion a escasos metros de él generaron un mayoritario rechazo en redes sociales y despertaron un sentimiento de solidaridad contra el racismo policial en Estados Unidos. Lo paradójico sobre lo anterior es que Colombia vive diariamente su propia segregación silenciosa contra esta raza de la que todos somos partícipes activos o inconscientes y contra la que nadie nunca se manifiesta.

Mientras damos play al video del tiroteo y tuiteamos enardecidos contra la discriminación norteamericana no somos capaces de reconocer que Colombia trata como ciudadanos de segunda categoría a ese 10 por ciento de su población clasificada etnológicamente como afrocolombiana. Desde prejuicios absurdos sobre su cuerpo, aptitudes mentales o capacidad laboral hasta expresiones humillantes enraizadas en el argot nacional, el otro 90 por ciento de nuestro país ha alimentado su ego pasando por encima de este grupo minoritario.

Y Chocó es el mejor ejemplo para demostrarlo. El noveno departamento en extensión es el primero más olvidado, su 82 por ciento de población negra está condenada al atraso porque a nadie le importa lo que pase con sus negras vidas. Sin vías, sin inversión social, sin un gobierno doliente y con cientos de ojos pensando más en cómo fragmentarlo que en rescatarlo, tristemente pareciera que Colombia estuviera empeñada en que fracase el Chocó para demostrar que siempre tuvo la razón y que sus negros no sirven para nada. Increíblemente, el territorio más colombiano de todos es a la vez el que los colombianos sienten menos colombiano.

En la intimidad de los hogares las cosas no mejoran tampoco. El colombiano promedio posee una curiosa aversión por sus raíces y por ello tiende a rechazar todo aquello que le insinúe sus orígenes africanos y lo aleje de su anhelado linaje europeo. Y es así como a los ojos de la mayoría de suegras colombianas, el negro más educado y preparado de este país siempre estará en desventaja contra el caucásico más defectuoso que sus hijas puedan conseguir en el extranjero, pues con ellos no se “mejoran los genes”. Serán buenos futbolistas y excelentes bailarines, pero que no se casen con mi hija, piensan para sus adentros las madres colombianas.

Adicionalmente, en materia de política colombiana los negros, al igual que su raza en la agenda de prioridades nacionales, no existen. No hay una sola figura afrocolombiana relevante en ningún partido político y tampoco están ávidos de buscar una. Ni en el sonajero para la alcaldía de las principales ciudades, ni como candidatos a la presidencia, pasarán décadas antes de que veamos un negro en el poder. El problema de ser negro es serlo en un país como Colombia donde eso se ve como un problema. Un país compuesto por mestizos que quieren ser blancos para satisfacer sus ínfulas de apariencia. Un país que subestima a sus negros y no ve en ellos el potencial humano que está desperdiciando con su indiferencia, indiferencia más mortal que los policías de Charleston.

Comentarios