Por si las moscas

Fuad Gonzalo Chacón

Era un bar cualquiera cerca de la Calle Narváez. Uno de esos bares largos como cigarrillos a medio fumar en los que no hace falta entrar para conocer la calidad de sus platos, pues las fotos despixeladas que el dueño ha pegado en las ventanas te notifican por aviso de todo lo que necesitas saber sobre ellos.
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Madrid

Caímos en él con mi novia como un par de bichos deslumbrados por la luz, persiguiendo dos croquetas de jamón y una cerveza Mahou promocionadas en algún panfleto local. En aquel instante, mientras en la televisión Messi anotaba su cuarto gol de la tarde y alguien perdía veinte céntimos en la máquina tragaperras, no éramos conscientes de que, pocos segundos después, se nos revelaría uno de los grandes misterios del mundo moderno: Los místicos poderes del número 58.

La cifra estaba ahí escrita, en la parte más alta tras la barra, entre el reloj sin pila y el banderín del Real Oviedo. Un trazo severo y decidido, pero de negros bordes irregulares, como si un crayón de colegial o una pieza de carbón se hubiesen deslizado sobre una hoja de papel blanco que contrastaba con el amarillo de las tortillas de patata que se enfriaban bajo ella. Era lo único que estaba fuera de lugar en todo el bar y por ello nos llamó poderosamente la atención. Intrigados, no tuvimos otra alternativa más que pedir la cuenta y preguntarle indiscretamente al dueño la razón de escribir ese número en la pared. “Es para espantar a las moscas. Si tiene el teléfono ahí, búsquelo en Google”, dijo con una amabilidad tosca, casi rayando con la suficiencia del brujo al que le irrita explicar sus hechizos a un muggle.

Tras un par de clics informativos, descubrimos que las facultades plaguicidas del número 58 eran una creencia consolidada en el universo culinario español, una leyenda urbana que se originó en algún lugar perdido de Italia y llegó importada a través del País Vasco donde su reputación es incuestionable. Sin saberse muy bien la lógica tras este curioso fenómeno, cada vez eran más las voces autorizadas que afirmaban que escribir este número en un lugar visible era el más infalible de los matamoscas conocidos por el hombre. Desde fieles creyentes entrevistados en televisión hasta candentes debates de entomólogos expertos que decretan un estado general de tontería colectiva, todos buscan una explicación satisfactoria que les permita entender, por fin, si estamos ante ciencia animal o brujería amarillista.

“Los bordes le tienen que quedar así como si fueran patitas”, explica el dueño con un dejo analítico mientras le da la razón a la teoría predominante según la cual los ojos de las moscas confunden dicho número y ven en su lugar una gran araña posada en su telaraña. Verdad o mito, son cada vez más los bares españoles que trazan su propio 58 en varios lugares estratégicos de sus locales, solo por si las moscas. “¿Y sí funciona?”, preguntó mi novia. “¿Ve alguna mosca?” respondió él. Un argumento inapelable y demoledor.

FUAD GONZALO CHACÓN

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