País adolescente

Con un solo adminículo un adolescente tiene acceso a cualquier cosa.

El mundo entero en una cajita portátil. Puede saber que han muerto mil 400 personas en Egipto, que las armas químicas matan población civil en Siria, que 300 toneladas de agua radiactiva cayeron al mar desde Fukushima, que el primer ministro británico niega a la prensa, supuestamente libre de ese país, la posibilidad de publicar los secretos de inteligencia filtrados por Snowden. Todo eso saben y mucho más, pero no les importa.

Bueno, son adolescentes, a esa edad nada distinto a la popularidad escolar, el granito facial de la semana o el chisme del día en Facebook les importa.

Mentira; no es que eso sea lo único que les importe, es que es eso lo único que les afecta; y todo por nuestra irresponsable forma de educar. Hemos convertido la educación en un proceso de blindaje emocional y material respecto al entorno, la creación de una burbuja de saciedad que inhibe el aprendizaje y los desconecta de la realidad de su entorno. Saciados, no afectados, se hacen insensibles y desde luego carecen de motivación para aprender y actuar. Todos percibimos sus escasas habilidades sociales (empatía, solidaridad y conmiseración) y cómodamente le echamos la culpa a la tecnología. 

No, la red, la conectividad, les facilitan el conocimiento, pero nosotros no los involucramos con la realidad, impedimos artificiosamente que los afecte.

Mientras puedan ir a la finca por tierra, la violencia rural, por ejemplo, queda encerrada en los titulares de los periódicos, como una realidad que existe solo ahí, donde el mocoso cree que nunca estará expuesto.

Algo hizo muy bien la formación en conservación ambiental; ahí al menos parece haber sensibilización, aunque no haya todavía compromiso real, ni acción. Si del monstruoso y antiguo conflicto colombiano no hay memoria completa, ni conocimiento amplio, ni siquiera de todos sus actores (no solo de la guerrilla), ni de todas sus causas (no solo la supuesta maldad de unos cuantos), ni de todos sus efectos (no solo la incómoda inseguridad de algunos), ¿cómo esperamos salir del cliché simplista de la guerra perpetua?

Nuestros adolescentes no conocen las complejidades que fracturan la sociedad a la que pertenecen (¿sí pertenecen?). 

En materia de paz, todos somos un poco adolescentes, ciegos a la realidad, por ende, insensibles y desapercibidamente pegados a las frases de cajón.

Credito
SAMUEL CHALELA

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