La neoindigenidad tolimense

A propósito de los 20 años de lo poco que queda de la Constitución del 91 y de sus reformas, que ya amenazan llegar a la treintena, y que ha sido más maltratada que las acompañantes de “Bolillo”, he sido espectador de las reivindicaciones de las etnias indígenas y afrodescendientes.

El primero en reconocer condición de afrodescendiente que lo vemos con su pelo quieto, sus labios gruesos y su sonrisa tipo Louis Armstrong, fue Javier Humberto, quien, a pesar del negro “a su lado” y de sus ancestros cordilleranos, no logró muchos votos.
Otros exponentes de nuestras marginadas etnias son el indio “pijao”, Leovigildo y Aguja, quienes legislaron y defendieron las leyes de indias como jaguares, haciendo honor a sus ancestros.
A estos puros exponentes de nuestra raza primigenia debemos agregar a los neoindígenas que vuelven a aspirar a dirigir el más alto cabildo indígena del Tolima, el “Palacio del mango”. El único representante de una raza extinguida proveniente de Icononzo, de gran cabeza y poco pelo, “Caín” García, vuelve a recuperar el cacicazgo injustamente por el zipa “Cayémoslo”, de origen gitano.
A este le sigue el único ejemplar existente de una raza de pigmeos americanos, expertos en promover región y, según los hallazgos arqueológicos, construían obras faraónicas de carácter cooperativo, que está dispuesto a sacrificar su voluminosa pensión por el salario de miedo de la Alcaldía. Todos nuestros exponentes tolimenses siguen el ejemplo del cacique Antanas, de la tribu verdelituana, descendiente directo de Bochica, a quien le heredó el cabello rubio y los ojos claros.
Los tres vienen a recuperar para sí y para sus tribus sus identidades, sus prácticas sociales y sus tesoros, que les fueron arrebatados durante la oprobiosa conquista y que pretenden seguir usufructuando los descendientes del cacique Baltasar, el primer gran traidor de las Américas.
Yo, en mi campaña, me mantengo firme en mis convicciones neovernáculas y no acepto adhesiones de última hora de marchitos caciques plumas rojas.

Credito
CHOLAGOGUE

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