La política deleznable

Cicerón Flórez Moya

La participación de las personas en los asuntos públicos deja, sin duda, lecciones que deben tomarse en cuenta. Permite conocer la sinceridad o el oportunismo de quienes intervienen, o fungen de protagonistas. Algunos dicen cosas que las revisten de ciertas cuando ellos mismos saben que no lo son.
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En el caso del candidato a la Presidencia Rodolfo Hernández se ha podido establecer que mucho de lo que dice no corresponde a una convicción consciente. Su comportamiento con quienes han sido sus subalternos no ha escapado a la grosería, al acoso laboral, a la humillación o el maltrato, según testimonios de testigos vinculados a jefaturas en entidades bajo el mando de Hernández.

Pero una muestra de la farsa del candidato cuando expone su propósito de luchar contra la corrupción, es el surtido repertorio de su proclividad en la práctica de ese mal, según lo revelado por el Reporte Coronel el pasado viernes. Hernández es el que arma la trampa de la dolosa contratación en su propio provecho, el de su hijo y de otros beneficiarios de su círculo. Por eso está imputado. Y en grado grave.

De otra parte, con sus insólitas o erráticas propuestas de gobierno confirma que no procederá con la responsabilidad de un estadista que busque solucionar los problemas de la nación, sino con el impulso emocional de quien se regocija con la resonancia mediática de sus actos.

El cambio no es un show. Es un proceso correctivo de los males predominantes, con sujeción a la realidad y la certeza de que se construyen soluciones sostenibles que mejorarán las condiciones de vida de la sociedad en forma efectiva, generando beneficios para todos. Esto exige no solamente conocimiento de los problemas sino rigor racional en el tratamiento aplicado, a fin de no caer en la fragilidad de la improvisación o el repentismo. Porque no se trata de maquillaje para la apariencia sino de erradicar atrasos crónicos y perturbadores.

Hernández tiene discurso contra la corrupción o la robadera, como él mismo dice. También habla de cambio. Sin embargo, deja dudas sobre la claridad que debe tener un gobernante para enfrentar esos flagelos.

Y es preocupante que mientras el candidato habla de su independencia respecto a quienes son los responsables de muchos de los males padecidos les sirve de refugio a los mismos. Llegan por debajo de la mesa, pero seguros de poder imponer más adelante su influencia clientelista y corrosiva.

Colombia necesita cambiar y un salto en esa dirección implica, entre las prioridades, el cumplimiento del acuerdo de paz con las Farc y la decisión de seguir buscando una salida total al conflicto armado. Un proceso en esa dirección llevaría a la nación a la superación de tantos agobios acumulados. Pero esto no se consigue con insultos, ni con odios revanchistas. Se requiere tener claridad sobre el Estado social de derecho y garantizar la vigencia de la democracia en el manejo del gobierno. Para lo cual no son claras las señales que ofrece el candidato Hernández dada su inclinación a lo deleznable en el ejercicio de la política.

Puntada

Políticos que tuvieron protagonismo relevante en el país han llegado a un grado lamentable de postración. Triste final.

 

Cicerón Flórez Moya

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