Paz, peace, paix, pace

PAZ, PEACE, PAIX, PACE, es la palabra que hoy retumba en el mundo entero y en todos los idiomas cuando de Colombia se habla, la misma que desde hace poco más de dos semanas ilusiona a un país que durante más de 50 años ha tratado de salir de este absurdo y cruel conflicto que ha cobrado la vida de cientos de miles de inocentes.

La palabra Paz deriva del latín Pax y es definida como un estado a nivel social o personal, en el cual se encuentran en equilibrio y estabilidad las partes de una unidad. En sentido negativo se define como ausencia de inquietud, violencia o guerra.

Para el Derecho Internacional, la Paz es un convenio o tratado que pone fin a un conflicto armado. Para los más de 46 millones de Colombianos que habitan este país es un sueño, quizás el más anhelado, el único que de convertirse en realidad nos permitiría salir de la pesadilla en que se ha convertido esta injusta guerra.

El camino para lograrlo no es para nada sencillo, al contrario es largo, espinoso, accidentado y lleno de matices que entre lo blanco y lo negro tendremos que hallar la zona gris que nos permita encausar el proceso por la senda del perdón y la reconciliación.

Por ello, este nuevo intento que ha emprendido el Gobierno Nacional por alcanzarla genera grandes expectativas a nivel mundial, dada la seriedad y legitimidad que desde en un principio se le ha impreso. 

Hay algo que a lo largo de mi corta vida profesional y personal he aprendido y que desde la academia siempre he sostenido: en la guerra nunca hay ganadores, por el contrario, todos somos perdedores, pierden las fuerzas armadas en conflicto, pierde la población civil, pierde el país, perdemos todos, de ahí que el cambio político que ha asumido este Gobierno para afrontar el Conflicto armado Colombiano requiera también del aporte de cada uno de nosotros, toda vez que la paz , más que un camino, es una actitud que nace del individuo y se convierte en una acción personal y colectiva, un modo de conducta como bien lo definía Mahatma Gandhi. 

En otras palabras, todos tenemos la obligación de “desactivar” el chip mental del odio, la violencia, el resentimiento y la intolerancia y activar el del perdón y la reconciliación; solo así alcanzaremos la verdadera paz; suena romántico y hasta un poco utópico pero es el necesario y obligatorio aporte que tenemos que realizar todos los colombianos.

De los aciertos y fracasos en procesos de paz anteriores el país entero también ha aprendido y ha entendido que todo intento que hagamos por conseguirla trae consigo una dosis de impunidad, necesaria y en lo posible proporcional al los beneficios esperados, la cual no puede convertirse en un obstáculo para que el camino hacia la reconciliación nacional sufra fracturas o presente impedimentos para recorrerlo.

No podemos caer nuevamente en el error de cerrar las puertas a un dialogo con temas que para el pasado gobierno eran denominados “inamovibles” logrando alejar cada vez más a nuestro país de la paz. 

El discurso guerrerista y beligerante no encaja en esta nueva realidad que estamos viviendo, merecemos un país libre de miedos, de violencia y resentimiento, libre de guerra, el momento histórico en el que nuevamente nos encontramos hay que afrontarlo con optimismo y esperanza, con la convicción de que la siguiente generación de Colombianos de la que hacen parte nuestros hijos, podrá vivir en el país que nuestros padres, abuelos y nosotros mismos anhelamos tener.

Credito
HERNÁN CAMILO YEPES VÁSQUEZ

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