“La construcción de la paz es trabajo de la educación”

“¿En donde pueden estar los verdaderos orígenes del clima de violencia que se advierte en todas las capas de la sociedad colombiana y cómo se podría lograr su reversión para ver de superarlos y obtener en el futuro una paz real, estable y duradera?”.

Es pregunta de difícil respuesta en razón de la antigüedad de tal “enfermedad” y lo enquistada que se encuentra en el alma del país, al punto que a diario el ciudadano se da “de manos a boca” con ella, no importa el ámbito en el que se desempeñe.

Como lo percibe usted si es peatón: sufre la agresión del conductor de vehículos que desconoce su derecho de locomoción violando semáforos o irrespetando el orden de prioridad establecido en las normas de circulación, pero si usted es quien conduce un automotor igual trato recibe de los otros conductores y del “de a pie” que atraviesa la vía por donde le place, igual a como transgrede la luz roja de pare y el uso de las franjas de cruce o los puentes peatonales.

Y otro tanto ocurre cuando usted comparece ante cualquier autoridad o demanda un servicio o una información en la calle porque resulta excepcional recibir una amable respuesta o una comedida atención; o cuando se hace una fila, o se está en un supermercado, una droguería o una tienda de barrio: todos quieren adelantarse no importa el orden de llegada, ni la prelación que merecen los niños, los minusválidos o los ancianos.

Al efecto y para desentrañar tan dificultosa etiología vale recordar las enseñanzas de Hipócrates a los médicos de su época sobre como hallar el origen de la enfermedades, sugiriendo que se comenzara por preguntar ¿qué le pasa? y ¿desde cuándo?, para finalizar inquiriendo ¿a qué lo atribuye?

Así que, resueltos como están las dos primeros interrogantes, pasamos al último de ellos, para decirmos: ¿a qué atribuirlo?, no encontrando respuesta distinta a sindicar a la educación que se viene impartiendo entre nosotros, como la directa responsable de tal circunstancia, en tanto que no morigera ni corrige, sino que reproduce y mantiene los comportamientos tradicionales, posiblemente porque están tan fuertemente enraizados en la cultura, al punto que los propios “educadores” los juzgan adecuados y plausibles.

Circunstancia preocupante, que nos lleva a rememorar el discurso de la reconocida pedagoga italiana María Montessori en el Congreso Europeo para la Paz en Bruselas en septiembre de 1936, cuando apenas concluía la Segunda Guerra Mundial , en cuanto aseveraba de manera contundente que “la construcción de la paz es trabajo de la educación”.

Como lo he podido comprobar al habitar frente a una de las sedes de un colegio de clase media local, paradójicamente bautizado con el tautológíco nombre de Británico Inglés- el pueblo que más respeto experimenta por el derecho ajeno-, que juzgo no constituye la excepción en tan anómalo comportamiento.

Allí las actividades se realizan acompañadas de música e intervenciones verbales de sus docentes amplificadas a intenso volumen, casi insoportable, igual a como lo hacen las iglesias de todos los credos, los vendedores ambulantes, los anunciadores, los bares y cantinas y muchos más, sin reparar en el daño que esto pueda causar en la salud y vida de los moradores vecinos y hasta en las inmediaciones de clínicas y hospitales; e igualmente los padres y acudientes estacionan sus carros y motos, durante las actividades que programan o al dejar y recoger a sus retoños, en mitad de la vía, dificultando o imposibilitando el acceso a las viviendas aledañas, con total irrespeto por el derecho ajeno y con absoluto desprecio por el semejante.

Ante esto, ¿cuál cree usted que irá a ser el comportamiento de las generaciones que advienen? Obviamente de desprecio al semejante, traducible en agresión y violencia, como las que cotidianamente se viven en esta patria inmortal y se seguirán viviendo mientras tal estado de cosas no cambie.

Credito
“La construcción de la paz es trabajo de la educación”

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