Extravíos médicos

El médico Agustín Angarita en su columna del 20/19/2013 en El Nuevo Día lanza un duro cuestionamiento sobre la actitud de los ibaguereños hacia el progreso de la ciudad.

El pretendido argumento es casi una diatriba contra una suerte de miserabilismo presente entre los ibaguereños que les impide reconocer los logros del cambio social. Se queja Angarita de la falta de atención sobre los avances en sectores como salud, educación y deporte. 

El miserabilismo no estaría para epifenómenos; sólo reconoce el cemento como indicador de progreso. No obstante, su argumento resumido en la metáfora del “corazón de cemento” tiene problemas para ser una buena representación de lo que sucede en la ciudad. 

En primer lugar, no se sabe sobre qué base afirma Angarita que los ciudadanos están usando como único referente el precario estados de las vías para formar sus juicios sobre el avance de la ciudad. Sin ofrecer ninguna clase de evidencia, Angarita nos quiere hacer creer que los 36 mil desempleados y los 146 mil ocupados informales que hay en Ibagué sólo están preocupados por los huecos de la ciudad. 

Que en una ciudad donde la segregación residencial aumenta, en la que la brecha de calidad entre la educación pública y privada a nivel ante-universitario se profundiza a favor de la última, donde los espacios culturales son reducidos, en una ciudad con atraso en andenes y espacios verdes, los ciudadanos del común, que son quienes padecen diariamente estos problemas, no los tienen en cuenta para formarse una idea del bienestar que ofrece la ciudad. 

En ese sentido, no es la desinformación de los ciudadanos, como piensa Angarita, la que los lleva a expresar su inconformidad con el estado de la ciudad y sus liderazgos. Por el contrario, son precisamente las transformaciones que vive la ciudad en términos de actividad comercial e inmobiliaria las que quizá les ha hecho entender a los ibaguereños que la ciudad puede aspirar a más y mejores cosas. 

Sin embargo, esas aspiraciones no han tenido una respuesta clara por parte de la dirigencia local. Más allá de algunas cifras presupuestales que se puedan citar, lo cierto es que no hay grandes apuestas en la ciudad.  

¿Cuáles son las estrategias de movilidad y de transporte público para hacer frente al número creciente de carros particulares? ¿Cuál es el papel de la ciudad para afrontar el cambio climático? ¿Cómo puede beneficiarse la ciudad de la expansión urbana sin segregar en contra de los más pobres? ¿Cuál debe ser la relación entre construcción privada y espacio público? Todas ellas son preguntas que están al orden del día en el urbanismo mundial, pero de las que en Ibagué no se conoce respuesta. 

La responsabilidad de los malos resultados en la popularidad de una administración, que tiene tan preocupados a algunos funcionarios, no debe recaer en el “corazón de cemento” de los ciudadanos, sino en la inacción y la ausencia de proyectos modernizadores para la ciudad. Más que el corazón de cemento, es el cemento en el corazón de los que dirigen la ciudad y de algunos sus asesores lo que explica tanto la baja popularidad del Alcalde como el escepticismo de los ibaguereños. 

No le haría mal, entonces, al médico usar más el bisturí del análisis riguroso y menos la anestesia del favoritismo político. Quizá de ello pueda aprender algo. Por lo menos a reconocer la Ibagué profunda, la Ibagué que todavía está muy lejos de ser aquella de la seguridad humana. 

*Economista y profesor universitario

Credito
CRISTIAN FRASSER LOZANO

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