El pecado de Andrés

“Una niña que llega con un sobretodo y debajo una minifalda, ¿a qué está jugando?, y después para exculpar pecados dice que la violaron”.

Para los que llegaron tarde, ese fue el comentario que Andrés Jaramillo, propietario del famoso restaurante Andrés Carne de Res, hizo en un espacio radial, a propósito de un presunto intento de violación que se produjo el fin de semana anterior en ese establecimiento. 

Fue tal la indignación que el comentario generó, que esta vedette de la noche bogotana, se vio obligado a hacer una rectificación pública e incluso pagar un aviso de primera página en el diario El Tiempo, pidiendo perdón. 

Aunque me sometan a un linchamiento virtual parecido, debo decir que, a mi modo de ver, el pecado que Andrés cometió fue decir en público lo que muchos colombianos piensan y comentan en privado. 

Es que en este país que padece un subdesarrollo mental, mucho más perjudicial que el subdesarrollo económico, somos absolutamente dados a juzgar a la gente por su apariencia. 

Por eso nos parece increíble que un señor muy pintoso, perfumado y bien vestido, sea un pícaro. Y que un ‘zarrapastroso’, a los que se refiere Angelino, sea una persona honrada. 

Y somos especialmente dados a juzgar a las mujeres por su aspecto. Si un hombre invita a salir a una muchacha y esta se aparece de minifalda o con un bluyín apretado, el tipo de inmediato queda convencido de que se le están insinuando y que su pareja ocasional va a ser una presa fácil. Pero mucho más severo es el juicio que las propias mujeres hacen de sus congéneres. 

Cuando en una reunión una muchacha se vuelve el centro de atracción y acapara las miradas masculinas, de inmediato las demás mujeres la acaban. No tienen problemas para tildarle de “vulgar”, de “loba” y de “buscona”. 

En más de una ocasión he escuchado de bocas femeninas comentarios muy parecidos a los que le han valido la lapidación moral a Andrés Carne de Res. 

Lo que ocurre es que esos comentarios no trascienden. Pero es un hecho que muchos colombianos y, sobre todo colombianas, consideran que toda mujer que se toma unos tragos o que baila de una forma sensual o que se viste de forma atrevida está buscando ‘que se la coman’. Eso, insisto, se llama subdesarrollo mental porque en un país civilizado a nadie se le ocurre hacer semejante asociación. 

En Colombia, la intolerancia mata más gente que los atentados terroristas. Y una de las mayores expresiones de esa intolerancia es descalificar a todo aquel que se aparta de los parámetros que nosotros consideramos correctos. 

Qué bueno que en lugar de acabar con Andrés Jaramillo por cometer la ligereza de decir lo que dijo, llevado por su arrogancia de vedette rola, este episodio nos sirviera para reflexionar acerca de la forma en la que juzgamos a nuestro prójimo. 

Y para que comencemos a superar el cavernario hábito de catalogar a la gente de acuerdo con su apariencia física. 

¡Que tire la primera piedra aquel que en este país jamás de los jamases estigmatizó a un semejante en razón de su escote, su minifalda, peinado, su caminado o su bailado.

Credito
DIEGO MARTÍNEZ LLOREDA

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