El zar Vladimir Putin

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El expansionismo está en el ADN ruso. Señalaba Henry Kissinger que, entre los días de Pedro el Grande a inicios del siglo XVIII y la consolidación del imperio soviético a mediados del XX, Rusia crecía como si todos los años se apoderara de un trozo de territorio del tamaño de Bélgica.

Pero en 1991 todo se vino abajo. Si bien la Rusia de Vladimir Putin es un país enorme, por lejos el mayor del planeta con 17 millones de kilómetros cuadrados, es un gigante débil cuya economía, que depende casi por completo de la venta de recursos primarios, es más chica que la de Italia. Rusia todavía cuenta con científicos brillantes, pero ha perdido terreno incluso en este ámbito tan importante.

Puede entenderse, pues, la nostalgia rencorosa que siente un nacionalista ambicioso como Putin. Cuando opinó que la caída de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX” no lloraba por el hundimiento del comunismo sino por el colapso del poder imperial ruso.

La voluntad evidente de los norteamericanos de replegarse para concentrarse en sus asuntos internos, dejando que otros se encarguen de cosas como asegurar la paz mundial, y la falta de voluntad de los europeos de abandonar ilusiones propias de quienes se habían acostumbrado a creer que sus aliados transatlánticos nunca dejarían de protegerlos contra enemigos externos, han servido para difundir la impresión de que ha llegado a su fin la urticante hegemonía occidental y que el mundo ha entrado en una etapa multipolar.

He aquí la razón por la reacción indignada de los líderes occidentales. No son contrarios a la autodeterminación –en septiembre, los escoceses votarán en un referéndum que podría romper el Reino Unido–, pero entienden que sería peligrosísimo que Putin se creyera capaz de cambiar el mapa de Europa en base a principios que, de aplicarse universalmente, solo servirían para desatar el caos.

Para justificar lo que hizo en Crimea, Putin dice que es su deber proteger a los millones de rusos que viven en el exterior cercano. Así, pues, cree tener el derecho a intervenir no solo en Ucrania sino también en Estonia, Letonia y Lituania, pero los bálticos son miembros de la Otan y de la Comunidad Europea.

De otra parte, las perspectivas demográficas son pesadillescas para Putin: la población rusa se reduce a una tasa del 0.5 por ciento anual, y todo hace pensar que este proceso nefasto está acelerándose; en la actualidad, es de 140 millones, pero se estima que en la segunda mitad del siglo habrá menos de 100 millones. La expectativa de vida de los hombres es de apenas 67 años, pero el nuevo zar quiere expandirse...

Credito
James Neilson

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