La esclavitud del pensamiento

Columnista Invitado

A juzgar por cómo terminó el 2014, el 2015 se antoja como un año en el que habrá que seguir luchando contra aquellos que buscan imponer sus ideas a través del miedo y la censura.

Décadas atrás nadie imaginaba que todavía en este siglo la lucha por la libertad de expresión sería un objetivo a alcanzar. El 2014 se despidió con varios hechos que ejemplifican esa puja entre censura y libertad. El régimen de los hermanos Castro, pese a las esperanzas de medio mundo por una Cuba libre tras el acuerdo con Barack Obama, cayó de nuevo preso de sus propios miedos a la libertad.

Este fin de año fueron apresados varios periodistas y activistas cubanos por tratar de participar de una instalación de la artista Tania Bruguera, cuya idea era desafiar al gobierno con un micrófono abierto para que quien quiera pudiera expresar sus quejas por un minuto.

Era obvio que Bruguera también sería detenida desde que convocó a la gente a que no tuviera miedo de expresarse libremente, bajo el lema #YoTambiénExijo, en la Plaza de la Revolución, corazón de la dictadura castrista.

Pese a los cambios prometidos por Raúl Castro, un gobernante que considera cada mínimo detalle de expresión como si fuera una provocación o un acto de desobediencia civil, es fácil advertir que deberá pasar mucho tiempo antes de que los cubanos dejen de sentirse esclavos del pensamiento oficial.

Otro hecho por demás absurdo este fin de año, fue la amenaza del gobierno del dictador norcoreano Kim Jong Un de que tomaría represalias violentas contra el gobierno de EE.UU. y los cines que se animaran a proyectar la película La Entrevista, una comedia sobre dos periodistas que fueron contratados por la CIA con la misión de asesinarlo. Previo a las amenazas, un grupo de hackers de Corea del Norte atacó los servidores de Sony, productora del film, infiriéndole graves daños informativos y económicos. Las amenazas y los ciberataques demuestran cuán ciego puede ser un régimen cuando abraza el autoritarismo y el culto a la personalidad, habiendo provocado un marketing espectacular para una comedia mediocre no enfocada en el asesinato del líder norcoreano, sino más bien en hacer una sátira del papel de la CIA y del periodismo activista.

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