El Magistrado Valencia

Columnista Invitado

El reciente fallecimiento del maestro José Joaquín Valencia Díaz significa una invaluable pérdida no solo para la sociedad tolimense, sino especialmente para el ámbito jurídico del cual fue recio bastión. El Magistrado Valencia, título con el cual se le identificó como por derecho propio en los estrados judiciales, fue, literalmente eso: un Magistrado en toda la plenitud del vocablo. El Magistrado por antonomasia que unía a la transparencia de su mente privilegiada la reciedumbre de su carácter y la bondad de su corazón. En él sí, como en el poema clásico, firmeza y luz como el cristal de roca.

El Magistrado Valencia vivió y murió en olor de justicia. Para él la justicia no fue un concepto grandioso y frío como el mármol, sino una vivencia ardiente y perpetua como la zarza bíblica. Una disciplina de permanente aplicación en el quehacer cotidiano. Estudiaba la ley en todas sus dimensiones con la dedicación de un benedictino y la aplicaba con el sereno vigor de un médico. Sabía hacer justicia. No le temblaba la mano al emitir un concepto, al firmar una sentencia o al sentar una doctrina, porque en el ejercicio de su magistratura obraba a la manera de un rito sacramental: con sabiduría y rectitud, cumpliendo el mandato bíblico: ‘erudimini qui judicatis’, estudiad, investigad, llenaos de sabiduría vosotros los que juzgáis.

Por eso al presentarse ante el tribunal del Juez Supremo, el Magistrado Valencia pudo escuchar las consagratorias palabras del Divino Maestro a Natanael al verlo venir por la ribera del Jordán: “He aquí un verdadero israelita en quien no ha cabido dolo alguno”.

A su partida nos deja el maestro Valencia como herencia valiosísima el testimonio de su vida ejemplar, la pedagogía de la manera más noble de hacer justicia, un modelo maravilloso del buen ciudadano y el recuerdo imperecedero de un excepcional ser humano adornado de las más enaltecedoras virtudes sociales, académicas y espirituales.

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