Urgencia de una formación humana integral

Columnista Invitado

Recientemente, en uno de esos escasos momentos de reflexión que nos asaltan a los humanos, decidí emprender la tarea de preguntar a un grupo de personas adultas de ambos sexos, si recordaban las virtudes humanas, antes llamadas teologales, y los pecados capitales. La realidad fue que no más de cinco, sobre unos veinte encuestados, respondieron afirmativamente, aunque con respuestas por demás cortas e imprecisas. Acto seguido, una vez aclarado con ellos el concepto de estas virtudes y pecados, me pareció interesante indagar con estos padres y madres sobre la forma como educaban ellos a sus hijos en estas virtudes y cuánto trataban de alejarlos de los pecados capitales, la respuesta generalizada fue que estos quehaceres le correspondían a la escuela, pues, según su parecer, para eso están hechas tales instituciones.

Al escuchar, el certero pronunciamiento, que seguramente está muy generalizado, no solo en la población colombiana sino mundial, después de haber comprometido gran parte de mi vida a la educación superior, a la formación profesional universitaria, a la creación de micro empresas con personas desprotegidas social y económicamente, al empleo público y al trabajo privado, me parece demasiado inquietante ver como la satisfacción más grande que puede tener un ser humano, tanto hombre como mujer al procrear es formar y dotar antes que todo a sus hijos del equipaje moral, ético, empático, emocional y solidario, todo basado en el irrestricto ejemplo paternal y maternal, y, posteriormente, ser coautores y guardianes de una formación cognitiva pertinente y potencialmente retributiva. Solo en la medida en que se eduque al ser humano desde su nacimiento en principios morales, valores éticos y virtudes esenciales para su vida social como la empatía, la ética, la solidaridad y la educación emocional, se logrará consolidar al mejor tesoro que la naturaleza puede entregarnos; un hijo o hija.

El proceso integral del ser humano debe reunir tres elementos fundamentales: el “Ser”, el “saber” y el “saber hacer”.

Estas tres condiciones reúnen la capacidad para sobresalir en cualquier actividad de la vida, solo que cuando se habla de alcanzar un grado maduro de moralidad y ética, se entiende que este tipo de integralidad atiende a las necesidades de respeto, de dar al necesitado sin esperar recompensa, de empatizar con los otros en la búsqueda del mejor entendimiento y apoyo, de la aplicación de la capacidad de liderar a otras personas en el mejoramiento de su calidad de vida; todo esto bajo unas condiciones emocionales que impidan los comunes y constantes actos de violencia hacia el prójimo. Pese a que hoy más que nunca se evidencia por los niveles a que ha llegado la corrupción humana, en el más amplio sentido de manifestaciones, daño a la sociedad, especialmente a las juventudes, es absolutamente necesaria la unión de voluntades, procedimientos y recursos para enfrentar este terrible flagelo que socava cada día los ya débiles cimientos morales y éticos.

Magister en Educación

Comentarios