Imputados condenados

Santiago Martin

La acusación, por la Policía australiana, al cardenal Pell de haber abusado sexualmente de menores cuando era sacerdote e incluso obispo en Australia, ha conmocionado a todos. A unos les ha alegrado y a otros, como es mi caso, nos ha entristecido. Se han alegrado los que, fuera y dentro de la Iglesia, odian al cardenal por su valiente defensa de la fe y de la moral católicas -él fue quien con más fuerza denunció en el primer Sínodo de la familia la manipulación que se estaba produciendo para aprobar los actos homosexuales-. También se han alegrado, posiblemente, algunos en el Vaticano, con los que Pell ha tenido sus discrepancias a propósito de la transparencia de las cuentas de la Santa Sede; no hay que olvidar que él es el “ministro de Economía” del Papa y que los enfrentamientos sobre este tema no han dejado de producirse durante los recientes meses, como prueba la dimisión sorprendente del encargado de auditar las cuentas del Vaticano -muy cercano a Pello-, hace unos días. Por todo ello, no faltan quienes interpreten esas extrañas acusaciones en clave de operación desgaste a un hombre que se ha caracterizado por su honestidad y franqueza a la hora de desempeñar sus funciones.

El que está actuando impecablemente en este complicado asunto es el Papa. Podía haber destituido a Pell, pero se ha limitado a darle una excedencia para que pueda viajar a Australia y defenderse, pues el cardenal niega tajantemente la veracidad de las acusaciones. El Papa, por lo tanto, ha dado a su colaborador un voto de confianza y eso es muy de agradecer, habida cuenta de lo turbias que bajan las aguas por el Tíber. De hecho, no le faltan al Santo Padre motivos de disgusto y preocupación; esta semana se ha sabido que el Secretario del cardenal Coccopalmerio -uno de los exponentes más destacados del sector liberal progresista de la Iglesia- fue sorprendido en su apartamento vaticano en una orgía gay en la que corrían de manera abundante las drogas; la Policía italiana, que investigaba al capo que las distribuía, informó a la gendarmería vaticana que, con permiso del Santo Padre, irrumpió en la fiesta; la noticia se ha sabido ahora, pero el hecho ocurrió hace meses y se había logrado mantener oculto, lo que demuestra el poder ante los medios de comunicación de los beneficiados en ocultarlo.

En cuanto a las acusaciones contra el cardenal Pell, no hay que olvidar que son tan solo eso: acusaciones. Y, además, sospechosas y raras acusaciones. No soy quién para decir si son verdaderas o falsas, pero me parecen realmente extrañas y prefiero creer al cardenal, que a sus acusadores, hasta que no se demuestre lo contrario. No sería la primera vez que un inocente ha sido acusado y condenado en el tribunal de la opinión pública, atizada por los medios, para ser después absuelto por la justicia.

Lo sucedido recientemente en Granada debería servir de ejemplo. ¿Quién resarce ahora al padre Román del calvario padecido? Ya es algo que el acusador deba pagar las costas del juicio, pero el daño moral infringido no se paga con nada. Me da la impresión y tengo derecho a tener mi impresión y a decirla, que estamos ante una trama para desprestigiar a un importante líder de la Iglesia, para quitarle de en medio. Por eso, no sólo como cualquier acusado que tiene la presunción de inocencia mientras no se demuestre lo contrario, sino, debido a las circunstancias, más todavía, me parece que el cardenal Pell merece un voto de confianza. El Papa, desde luego, se lo ha dado y yo estoy con Pell y con el Papa. Rezo por ellos y por la Iglesia.

misioneros del agradecimiento

Fundador Franciscanos de María

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