También en Europa necesitamos a Dios

Santiago Martin

“¡Queremos a Dios!”, ese fue el grito que acogió la propuesta de San Juan Pablo II cuando, al año de ser elegido Papa, volvió a su patria. Fue un grito que derribó las murallas de Jericó, es decir las murallas que el comunismo había levantado dividiendo Europa y el mundo. Ese mismo grito se ha vuelto a escuchar en Varsovia durante el discurso que el presidente norteamericano Trump ha hecho a Polonia. “Un millón de polacos no pidieron riquezas. No pidieron privilegios. En cambio, gritaron tres palabras sencillas: ‘Queremos a Dios’”, han sido las palabras de Trump recordando aquel momento histórico, invitando a Polonia a seguir siendo una nación consagrada al Señor.

Trump será lo que sea y dejará mucho que desear en muchas cosas. Quizá su política económica no sea la adecuada, ni tampoco su actitud ante la inmigración -aunque se olvida que Obama deportó a 2,8 millones de personas y que en su primer mes deportó a mil más de los que ha deportado Trump- o ante el cambio climático. Pero, ¿cuándo hemos visto a un político europeo hablar de Dios como lo ha hecho él en Varsovia? A veces Angela Merkel nos regala con alguna invitación volver a la Biblia y a la práctica religiosa, pero el resto de los líderes occidentales tienen verdadera alergia a mencionar a Dios y a los valores que se desprenden directamente del cristianismo: la defensa de la vida, de la familia, de la libertad y de la justicia social. Trump trae un aire fresco y nuevo que está rompiendo el sistema establecido por los que sólo buscan implantar la más radical secularización de la sociedad. No se trata de canonizarle, sino de hacerle justicia y de destacar las cosas buenas que tiene, dado que otros se empeñan sólo en ver lo negativo.

Como católicos, sobre todo como católicos europeos, tenemos la obligación de reflexionar sobre el futuro de nuestro continente y de la posibilidad de vivir la fe en él. El problema de la inmigración de musulmanes no es una cuestión menor -sólo en 2015 llegaron 600.000- y hay días que a Italia llegan 4.000. Austria ha puesto sus tanques en la frontera con Italia para evitar que pasen. Los italianos, que son extraordinariamente generosos, ya no pueden más y hasta el partido populista “Cinque stelle” está adoptando las tesis de la derecha para pedir que se pongan límites. Porque estos inmigrantes que llegan a Europa no tienen nada que ver con los latinos que entran en Estados Unidos. Mientras éstos se integran, los musulmanes no lo hacen. La semana pasada se supo que Suecia está al borde de la guerra civil debido al colapso producido por el dominio de los musulmanes en cada vez más barrios de la capital -con un aumento vertiginoso de las violaciones a mujeres-, hasta el punto de que la policía se ha declarado impotente y ha pedido ayuda al ejército.

Junto a esto, están los excesos de los otros enemigos de la fe y, en el fondo, de la convivencia. Lo ocurrido en España en las celebraciones del orgullo gay y las continuas blasfemias y ataques contra los sacerdotes, monjas y símbolos católicos, nos indican hasta qué punto es grande el odio que nos profesan y cómo cada vez menos la ley nos protege frente a ese odio.

Es en este contexto en el que hay que situar la llegada de Trump a Polonia, verdadero corazón católico del continente, y su apelación a volver a Dios y a recuperar los valores católicos frente a la invasión islámica y a los ataques del secularismo. Porque de eso se trata, de hacer frente a dos enemigos que amenazan gravemente no sólo a los cristianos sino al futuro del propio continente. Lo de los musulmanes no es emigración, es invasión, tanto por el vientre -la tasa de natalidad de las musulmanas en Francia es del 8,1, mientras que la de las españolas no musulmanas es del 1,1- como por los supuestos refugiados. No se trata, pues y únicamente de cerrar fronteras o hacerlas más selectivas, sino de volver a unas raíces cristianas que den sentido a la vida en un continente al que los musulmanes radicales y el secularismo están abocando a la ruina. Trump ha puesto el dedo en la llaga y los polacos le han respondido con entusiasmo -su discurso era interrumpido continuamente con los aplausos-. Los políticos europeos se equivocarán gravemente si se fijan sólo en lo anecdótico y estrafalario del personaje sin darse cuenta de las verdades profundas que proclama y defiende.

Fundador Franciscanos de María

misioneros del agradecimiento

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