La vida vence en Chile

Santiago Martin

El Congreso chileno ha rechazado la ley del aborto propuesta por la socialista Bachelet que se quiere despedir de su penoso mandato, salpicado de escándalos de corrupción, incluso en miembros de su propia familia, dejando abierta la puerta a la sangrienta matanza de inocentes.

Bachelet va a intentar que se apruebe, por un procedimiento de urgencia, lo que ahora ha rechazado la Cámara de Diputados. No lo tiene fácil, entre otras cosas porque los conservadores, que ahora son minoría, van a obstaculizar lo más posible la tramitación urgente, esperando que acabe el mandato de la actual presidenta, en el próximo mes de marzo.

Si esa operación les sale bien, Chile se mantendría, al menos durante cuatro años más, como un país “pro life”, unido a Perú -país que junto con Chile visitará el Papa en enero- y a otras pocas, muy pocas, naciones latinoamericanas.

Pero, en el caso de Chile, esta cuestión es vital para su futuro, ya que la tasa de natalidad es baja y disminuiría aún más si se aprueba el aborto, acentuando el desequilibrio con los países vecinos, que ejercen ya una fuerte presión mediante la emigración legal e ilegal. Si Chile quiere seguir siendo él mismo, rechazar el aborto no sólo es lo mejor desde el punto de vista ético sino también incluso desde la perspectiva geopolítica.

Por otro lado, el método con el que se quiere introducir el aborto en Chile no presenta ninguna novedad con respecto al utilizado en otros sitios. Se ve que les ha ido tan bien que no tienen necesidad de cambiarlo. Primero se hace una gran campaña a favor, en los medios de comunicación, partiendo de uno o varios hechos lacrimógenos, generalmente ligado a violaciones de menores de edad por sus familiares y, si fuera posible, por algún miembro de la Iglesia.

Trabajado ya suficientemente el hígado del personal, se pasa a difundir el aborto como un cúmulo de ventajas sin ningún inconveniente, afirmando no sólo el supuesto derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo -como si el bebé que lleva en ella fuera sólo un tumor o una excrecencia de su organismo y no alguien con vida propia-, sino también diciendo que lo que se va a aprobar es sólo una ley de mínimos.

Así, aceptando los tres famosos supuestos -peligro para la vida de la madre, malformación del feto y embarazo como consecuencia de violación-, se consigue abrir la puerta. Luego, no mucho después, se amplía el supuesto que afecta a la salud de la madre introduciendo el concepto de “salud psíquica” y no sólo física; de este modo se abre la puerta al aborto libre y sin trabajas.

Por último, se abandona el concepto de “despenalización” -es decir, el aborto es un mal, pero que no está penalizado por la ley en esos supuestos- para considerar el aborto como un derecho humano, contra el cual no cabe además ningún tipo de objeción de conciencia, al menos por parte de las instituciones.

En muy poco tiempo se pasa, por lo tanto, de estar prohibido a ser visto como un derecho, con todas las consecuencias que eso implica. Es un proceso de libro, que una y otra vez se ha aplicado con éxito en cada vez más países. Los chilenos han visto la jugada y un puñado de valientes diputados, con el apoyo de la Iglesia, han dicho que no.

Eso honra a Chile y quizá sea la decisión más importante que hayan podido tomar para la supervivencia del país tal y como hoy es. De momento, pues, ha ganado la vida, y esa es una gran noticia para Chile y para el mundo.

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