Los avales de la “nueva reforma”

Santiago Martin

Cuando el cardenal Wojtyla fue elegido Papa en 1978, no sólo llegaba al pontificado una persona concreta, de alto valor intelectual y moral, sino que también lo hacía un pueblo, el polaco. La vitalidad, fidelidad y resistencia que había demostrado el catolicismo en Polonia eran el aval que presentaba el joven cardenal de Cracovia y sin duda que los cardenales electores lo tuvieron muy en cuenta. No se equivocaron.

Desde hace unos años, más allá de la atractiva y popular personalidad del Papa Francisco, la línea ideológica que parece predominar en la Iglesia es la marcada por el eje centroeuropeo (Bélgica, Alemania, Austria), con personajes como Danneels, Kasper, Marx y Schonborn. Ellos proporcionan las ideas, a las que otros se suman después. Tras ellos está la obra de los teólogos Karl Rahner, jesuita, Yves Congar, dominico, y Bernard Häring, redentorista. De este modo, tres de los padres intelectuales del Concilio Vaticano II, ya desaparecidos, influyen en el presente a través de sus hijos espirituales.

Ahora bien, si el Papa polaco estaba respaldado, para el giro que imprimió a la Iglesia, en la vitalidad de una Iglesia de resistencia, debemos preguntarnos cuáles son los avales de los que marcan ideológicamente el rumbo de la Iglesia en la actualidad. ¿Cómo son sus Iglesias? ¿Están llenas o vacías? O, dicho de otro modo, después de más de cincuenta años de aplicación de las tesis que ellos quieren difundir, ¿cuáles han sido los resultados?

La realidad es una señora bastante tozuda. No hay forma de negociar con ella. Insiste e insiste hasta que demuestra que tiene la razón. Se cumple eso de que “contra facta non valent argumenta” (contra los hechos no valen los argumentos). Y la realidad nos dice que allí donde se han llevado a cabo con mayor intensidad esas teorías, el resultado ha sido más desastroso. Como ejemplo, el de Alemania. Con el rigor y la exactitud que les caracteriza, han publicado sus datos anuales. En esta ocasión ha disminuido el número de los que se dan de baja un poco menos que el año anterior; en vez de 180.000, han sido “sólo” 160.000 los alemanes que han renunciado a pertenecer a la Iglesia católica.

Es un desastre sin paliativos, porque ni siquiera pueden alegar que los que se van lo hacen huyendo de una Iglesia conservadora. Por eso, no tiene justificación alguna que la Iglesia que está pretendiendo imponer su modelo pastoral al conjunto del catolicismo avance, año tras año, hacia su ruina más completa. Si hubiera sido al revés, si los templos alemanes estuvieran llenos, no me cabe duda de que ellos, los ideólogos de la “nueva reforma”, esgrimirían el dato para presentarlo como un aval a sus planteamientos. Pues bien, es de justicia hacer lo contrario. Esos planteamientos conducen al conjunto de la Iglesia hacia la misma ruina en la que ellos están ya introducidos y no verlo y no denunciarlo es no sólo irracional, sino también pecaminoso, pues se convierte en complicidad.

La Iglesia liberal, la Iglesia del todo vale, la Iglesia permisiva o la Iglesia de la falsa misericordia y del equívoco discernimiento, está herida de muerte. Los hechos están ahí, a la vista de todos. Y no se trata de volver a los cuarteles de invierno o de encerrarse en un rígido rigorismo jansenista. Se trata de ser fieles a Cristo, en su persona -la Eucaristía- y en su doctrina, tal y como ha sido revelada en la Palabra de Dios y ha sido interpretada fielmente por dos mil años de Magisterio. Si tuviéramos que morir por ser fieles, nuestra muerte tendría algo de grande y heroico. Pero morir por ser infieles es de estúpidos y de traidores que reciben de la realidad el pago que merecen. ¿Servirán para algo los datos de Alemania? Me temo que no. Un viejo refrán dice que “Dios ciega a quien quiere perder”. Hay algunos que están tan ciegos que avanzan orgullosamente hacia atrás.

Misioneros del Agradecimiento

Fundador Franciscanos de María

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