Derechos sí, deberes también

Santiago Martin

Hace unos meses, el cardenal arzobispo de Valencia, monseñor Cañizares, dijo que tal y como se estaba planteando la acogida a los inmigrantes que procedían de Oriente Medio, se corría el riesgo de que entraran, camuflados con los prófugos de las guerras de la región, terroristas islámicos. No lo decía porque hubiera tenido una inspiración divina o por un ejercicio de sentido común, sino porque la policía alemana había informado de ello. Se lo comieron vivo. Le insultaron, le llamaron xenófobo, le amenazaron y, en general, los medios de comunicación social le crucificaron. A los curas, antes nos fusilaban, ahora nos deshonran. Y todo, lo de antes y lo de ahora, les sale gratis total. Curiosamente, no fueron los musulmanes los que atacaron al cardenal, sino los que se han presentado como sus amigos y valedores: la izquierda en general y la extrema izquierda radical y antisistema que es Podemos en particular.

Después, cuando los datos ya no dejaban lugar a dudas, nadie pidió perdón al cardenal Cañizares por haberle insultado, lo cual es muy típico también de los comunistas. Ellos jamás se equivocan y jamás se arrepienten. Sin embargo, la realidad es muy tozuda y, mal que les pese, insiste e insiste mostrando datos que no dejan lugar a dudas. Ha sido la autoridad que coordina la lucha contra el terrorismo en Europa, presidida por Gilles de Kerchove, la que acaba de anunciar que en el viejo continente hay 50.000 terroristas islámicos dispuestos a actuar y, para colmo, según esta institución, la mayoría viven de la ayuda social que les proporcionan los Estados que los han acogido. Es decir, tenemos en Europa un ejército de 50.000 asesinos que son pagados con el dinero público que sale de los bolsillos de los que van a ser sus víctimas. Este no es un dato procedente de una fuente xenófoba que quiere sembrar la alarma social. Repito, lo ha dado a conocer la organización que coordina la lucha antiterrorista en Europa. Ignorar la gravedad de las cifras o minimizarlas es hacerse cómplices con los asesinos. No tomar las medidas de precaución imprescindibles también implica un grado de responsabilidad que, más allá de la ética, debería ser encausado por la justicia.

Y mientras, para corroborar que no estamos hablando de peligros potenciales, cada semana hay al menos un atentado en uno u otro de esos países tan acogedores que subvencionan con dinero público a los que matan a sus ciudadanos. Acaba de ocurrir en el metro de Londres, pero no hace nada sucedió en Barcelona y, por desgracia, volverá a pasar en cualquier momento.

No se trata, por supuesto de caer en la trampa de declarar la guerra al islam o estigmatizar a todos los musulmanes. Ni tampoco de cerrar las fronteras a toda inmigración que proceda de países potencialmente peligrosos, entre otras cosas porque una parte de los terroristas han nacido y se han criado en las mismas sociedades a las que odian y de las que viven. Tampoco pedía eso el cardenal Cañizares cuando le crucificaron. Ni pide eso el Papa ni lo pide la Iglesia.

Se trata de ser prudentes, de no ser ingenuos, de no abrir las puertas de forma indiscriminada a los que vienen de fuera. Y, sobre todo, se trata de replantearse el futuro de Europa desde otra perspectiva. Hemos hecho una Europa insostenible e inviable, y no sólo por la cuestión terrorista.

Hemos construido una Europa desequilibrada -la izquierda ha sido la principal responsable, pero la derecha ha sido su cómplice cobarde- porque se ha insistido en los derechos sin plantear los correspondientes deberes. Una sociedad de derechos sin obligaciones no tiene ninguna posibilidad de supervivencia. Para los que estamos aquí y para los que vengan, hay que plantear exigencias lo mismo que hay que ofrecer oportunidades.

La exigencia debe ser la integración, que no es lo mismo que la asimilación. Derechos sí y deberes también. Y esto representará un cambio tan profundo en el actual alma europea que veo difícil que se consiga. De hecho, el principal motivo por el que se ha producido la apostasía que vive Europa con respecto al cristianismo es precisamente ese. Nosotros hablamos de derechos y deberes y la gente, sobre todo los jóvenes, no quieren oír hablar de obligaciones.

Pero sin deberes, sin obligaciones, sin unas normas morales claras que todos estemos dispuestos a intentar cumplir, el sueño europeo se esfumará y, cual una nueva Atlántida, se hundirá en un océano de confusión y barbarie. Derechos sí y deberes también. Sólo atravesando esa estrecha puerta tendremos futuro.

Misioneros del Agradecimiento

Fundador Franciscanos de María

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