Derechos Humanos: El triunfo de la dignidad

Columnista Invitado

Hoy los colombianos tenemos la oportunidad más importante de nuestra historia reciente de construir la paz. Sabemos que un sinfín de violaciones a los derechos humanos alimentó por décadas un ambiente de desconfianza, y pareciera que apenas comenzamos a preguntarnos cómo fue posible naturalizar tanta violencia.

Son muchas las premuras y es fundamental no perder la perspectiva. Hace un año, había quienes no creían que para finales de 2017 ya habríamos sido testigos del desarme de las Farc, el lanzamiento de su partido político y el comienzo de un cese al fuego bilateral con el Eln. Y, sin embargo, son hoy realidades.

Eamon Gilmore, el Delegado Especial de la Unión Europea para el proceso de paz en Colombia, nos recordó durante el primer Foro Internacional de Cultura y Educación en Derechos Humanos que tuvo lugar en Cartagena a comienzos de diciembre, que un año es un periodo corto de tiempo: tomará generaciones construir una paz justa y duradera, al igual que ha ocurrido en otros lugares del mundo.

“En la Unión Europea, hemos pasado los últimos 60 años trabajando en nuestro proyecto de paz, que nació tras los horrores de dos guerras mundiales”, dijo Gilmore ante más de 500 estudiantes, docentes, artistas, académicos, activistas y líderes sociales llegados de una docena de departamentos.

¿Qué nos salvará, entonces, como nación? ¿Qué elemento marcará la diferencia y guiará el rumbo en los próximos años? No tengo dudas: el respeto por los derechos humanos es clave para el tránsito de la guerra a la paz.

El propio Acuerdo Final plantea el fortalecimiento del proceso de implementación del Plan Nacional de Educación en Derechos Humanos. Para ello, se tendrán en cuenta el informe final que produzca la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la promoción de una cultura política y democrática, y las medidas de educación no formal, es decir, aquellas que ocurren también fuera de las aulas.

Tenemos razones para la esperanza: la dignidad de pueblos como el de Bojayá, capaz de honrar a sus seres queridos y perdonar; los miles de jóvenes que se movilizan activamente por su futuro; la cada vez más firme voz de las víctimas empoderadas; el compromiso de los sectores artísticos con la transformación social; el apoyo de la comunidad internacional.

Sabemos que no son pocos los desafíos y nos asomamos –a veces, por primera vez- a reflexiones y situaciones a las que, con el pretexto del conflicto armado, no habíamos prestado suficiente atención. El cuidado del medio ambiente o el respeto por las identidades y orientaciones sexuales no hegemónicas son prueba de ello.

Pues bien, el desarrollo de una conciencia colectiva sobre la importancia de proteger los derechos humanos nos permitirá tender puentes. En ese empeño, necesitamos un lenguaje afectivo y efectivo que contribuya a la convivencia en armonía.

Como nos dijeron los jóvenes que participaron en el Foro Internacional, “lo opuesto a la guerra es la educación y, en particular, la educación ciudadana, porque con ella se forman personas con capacidad de mejorar el país y líderes que pueden aportar desde sus comunidades”.

Estoy convencida de que la pedagogía, la cultura y la educación son herramientas fundamentales para alcanzar una sociedad capaz de coexistir pacíficamente y que evite la repetición de los episodios de violencia.

El respeto por los derechos humanos es el triunfo de la gente, de la dignidad por encima de los intereses y la mezquindad. Por eso, anhelo un país cuya expresión no sea la ausencia de conflictos, sino la posibilidad de tramitarlos desde el diálogo, el reconocimiento del otro, la acción política no violenta y la negociación.

La paz de Colombia solo será sostenible en la medida en que todos y todas respetemos, activa y conscientemente, los derechos de los demás.

Consejera presidencial derechos humanos

Comentarios