¿Y nosotros para cuándo?

Columnista Invitado

Son sindicados de asaltar a mano armada a comerciantes. Su actuar delictivo les generaba al parecer cinco millones de pesos.

La mujer indígena sobresale en medio de los gases lacrimógenos que la rodean. Viste falda negra, zapatos de tacón bajo y una blusa blanca cubierta con un chal tejido de colores. Resaltan su sombrero negro y el tapabocas con el que se cubre mientras mira la cámara con firmeza. Llegó de la provincial de Cotopaxi a Quito, Ecuador, para unirse a las protestas que se extendieron por doce días en ese país. La imagen del fotógrafo David Díaz Arcos se hizo viral y representa una lucha que no se detuvo hasta lograr su propósito.

Cinco personas murieron y decenas más resultaron heridas en los enfrentamientos entre indígenas y policías. Lo registrado por los noticieros de televisión es impactante. Miles se tomaron las calles para enfrentar a los uniformados mientras reclamaban sus derechos, hasta que el presidente Lenín Moreno derogó el decreto 883 que contemplaba reformas económicas que desataron la locura en la capital ecuatoriana. Lo más increíble es que tras el acuerdo entre el gobierno y los líderes de la protesta, esos indígenas que pusieron en jaque al Estado se volcaron a las calles para limpiarlas. Lo sucedido en Ecuador estas semanas debería ser ejemplo para nosotros los colombianos. No por el nivel de la protesta sino por la férrea decisión de defender los derechos colectivos hasta el final.

En Colombia cada gobierno abusa del pueblo a su manera. Si miramos hacia atrás hay un ejemplo muy diciente. En noviembre de 1998 nos impusieron el impuesto del 4x1000 que sería por un año y está a punto de cumplir 21. Cada año llega con promesas que no se cumplen. Son de todo tipo: crear empleos, aumentar ingresos, reducir la brecha social, acabar con la violencia, mejorar la salud, educación gratuita y un etcétera tan largo que no alcanzaría a escribirlo. Y a todos nos han incumplido.

Tanto que cada año repetimos y reciclamos protestas. Se paraliza el país, el campo, las carreteras, las grandes ciudades; se formas comités, se eligen delegados y se adelantan negociaciones que terminan en acuerdos que nunca se cumplen. ¿Por qué? Porque los colombianos no tenemos memoria. A cada escándalo le llega uno mayor. A los colombianos nos ilusionan con falsas promesas como la de un expresidente que invitaba a no votar la Consulta Anticorrupción porque él lo arreglaría en el Congreso. Ni lo uno ni la otro. O la de otro expresidente afirmando que si se votaba No al Plebiscito por la Paz, tendríamos guerra.

Hoy tenemos guerra a medias y paz a medias. Somos un país tan absurdo que paga sobretasa a la energía para salvar Electricaribe y Emcartago, dos empresas que se robaron sin que los responsables estén en la cárcel. Tan absurdo que cuando sube el precio del petróleo sube la gasolina, pero cuando baja, la gasolina sigue arriba. Millonarios desfalcos como los de El Guavio, Foncolpuertos, Estupefacientes, Agro Ingreso Seguro, Interbolsa, el Carrusel de la Contratación o Saludcoop, son solo historia, y muy seguramente el de Odebrecht seguirá ese camino del olvido, sin que los colombianos logremos lo que nuestros hermanos ecuatorianos.

Mientras tanto, seguimos protestando y al final ni limpiamos, ni barremos, ni posamos para la foto y mucho menos logramos un carajo.

@JCAguiarNews

EL NUEVO DÍA

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