La vida de Carlos Enrique Vila Mejía

Columnista Invitado

Los que conocimos y quisimos a Carlos Vila sabíamos que sus mayores cualidades eran realmente fruto de un don: su inteligencia. Recordaba cifras, fórmulas, datos y anécdotas que sacaba solo cuando se necesitaban. Explicaba en forma sencilla los temas complicados y sorprendía a los expertos con sus soluciones simples a retos de ingeniería. Tal vez por esa inteligencia es que aprendió también a manejar el más duro reto que tenemos todos: la vida.

Cuando en su juventud la vida parecía sonreírle se murió su padre, otra figura brillante llena de ingenio y carisma, y tuvo que asumir retos empresariales y familiares para los cuales no lo habían preparado en su universidad, en la lejana Luisiana, en el sur de los Estados Unidos. Inseguridad, violencia, problemas económicos, retos empresariales y hasta el desconsuelo de sus siete hermanos menores y su madre tuvo que sortear a los 23 años este tolimense. Junto con su madre, Alicia Mejía de Vila, ayudó a educar y formar a sus hermanos: María Victoria, Santiago José, Patricia, Bernardo, Adriana, Mauricio y Ernesto.

En 1985, cuando la tragedia de Armero se fue inmediatamente para el lugar a dirigir y coordinar esfuerzos, era un líder nato y terminó mandando en un caos tremendo y poniendo orden ante la improvisación y la escasez. Fue fuerte en el campo del desastre. Pero me contó sin pena, que cuando llegó a su casa, con la satisfacción del deber cumplido, lloró como niño durante días.

Nunca dejó de estudiar. Leía, veía películas, conversaba con quienes sabían y experimentaba con su planta de feldespato, sus siembras de orquídeas, la cocina o sus proyectos personales. Coleccionó por amor y no por atesorar. Viajó por el mundo entero, pero sobretodo por Colombia, por pura curiosidad sobre las culturas. Tuvo que enterrar a su hijo Santiago que murió en un trágico accidente de ciclismo en plena juventud floreciente y se recuperó del dolor solo para ayudar a superar el golpe a su esposa Marta y sus dos hijas, Mariana y Natalia. La vida le dio la inmensa felicidad de tener dos nietos mellizos, Carlos y Luis Correa Vila, para quienes siempre fue una figura de amor y disciplina. Varias organizaciones dan testimonio de su empuje y dedicación: el Colegio San Bonifacio del cual es fundador, la Universidad de Ibagué en la cual también participó desde sus inicios, el Club Social Círculo de Ibagué que presidió y la Liga de Esgrima que también impulsó. A nivel nacional fue miembro de la Junta Directiva de Actuar y Capitán de la Reserva del Ejército en el arma de ingeniería.

A todos los que lo conocimos, los que gozamos de su compañía, los que viajamos con él y nos deleitábamos con sus recetas de cocina, nos queda el testimonio de un sobreviviente a incontables problemas cardiacos, decenas de intervenciones y tratamientos médicos insoportables. No se quejaba, solo salía fortalecido en alma y espíritu para seguir viajando y aprendiendo. Estoy seguro que la vida se alarga de dos formas: viviendo intensamente y dejando al lado el miedo a la muerte. Carlos, mi tío Carlos, fue un campeón en esos dos campos y nos deja el reto de imitarlo. Lo suyo fue una vida vivida con inteligencia.

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