Crisis de valores

Columnista Invitado

Cuando pensamos que ya nada nos podía sorprender, aparece el caso de Juan Guillermo Valderrama, presunto autor del asesinato de su pareja, la chilena Ilse Amory Ojeda.

El joven que, a los pocos días de presuntamente haber asesinado a su pareja, se mostraba frente a los medios de comunicación con un cinismo espeluznante.

Capaz de mirar a las cámaras sin parpadear, repartir carteles preocupado por la desaparición de su pareja y manifestar un dolor que no sentía con la mayor frialdad, refleja la personalidad que encaja con el perfil del delincuente que planea con detalle sus pasos. Se necesita odiar mucho y haber estado expuesto a muy malos ejemplos para ser capaz de matar, descuartizar e incinerar a una persona.

Escribiendo este artículo, he tenido la sensación de estar haciendo un viaje aterrador a los confines más extremos del ser humano. Imagino a esta mujer ilusionada, enamorada, creyendo que Valderrama era su príncipe azul; imagino sus últimos días una vez descubrió a su maltratador, su desilusión después de dejarlo todo en su país para seguirlo. Intento entender cómo alguien pudo cometer semejante crimen.

Sin embargo, no son sólo los hechos que rodean este caso lo que me impacta, me impacta lo mal que estamos como sociedad. Esa “malicia indígena” de la que se jactan tantos colombianos.

La crisis de valores se manifiesta de muchas formas en nuestro país. Una sociedad donde se “come callao” y donde ser listo equivale a conseguir las cosas con el menor esfuerzo. Ha desaparecido el respeto por los derechos del otro, la búsqueda del bien común y la satisfacción de los sacrificios recompensados con el éxito.

Somos un país en donde el valor de las personas se mide por lo que tienen, sin importar cómo lo consiguieron. Para algunos jóvenes, como el de este caso, la promesa del dinero fácil resultó más atractiva que trabajar honestamente para conseguir sus objetivos. La herencia del narcotráfico, las marcadas diferencias sociales, la falta de educación pública de calidad y la apología del delito que hacen los medios de comunicación en Colombia, empeoran las cosas. Todo lo anterior, sumado a una educación familiar cada vez más carente de valores y a esa costumbre tan nuestra de mirar para otro lado, porque mientras a mi no me pase, lo de los demás no me importa. Este caso es una prueba fehaciente de que algo pasa, algo estamos haciendo mal como sociedad.

dicripa@yahoo.com

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