El mayor de todos los males de nuestra sociedad contemporánea es la corrupción, sin lugar a dudas esa pérdida de valores nos está ahogando y produciendo innumerables consecuencias en la vida diaria de nuestra ciudad, de nuestro país y del mundo. La sociedad establece normas y leyes que deben regir el comportamiento de los ciudadanos y creamos instituciones que deberían encargarse de sancionar y descubrir lo que para todos es evidente y conocido; sin embargo, esas instituciones también se han permeado de la terrible enfermedad donde los intereses particulares priman sobre los generales y donde el fin justifica los medios.
Entonces nos preguntamos ¿qué debemos hacer para rescatar la decencia, el honor, el respeto, la honestidad etc?, ¿Cómo desde nuestra acción diaria podemos procurar que este cáncer no avance y destruya nuestra sociedad?, pues ademas lógicamente de no cohonestar con la corrupción en cualquiera de sus formas y sin disculpa alguna, pues nada la justifica, debemos ejercer el derecho a la sanción social, aquella que nos permite no compartir nuestros espacios con personajes que claramente sabemos son líderes de la corrupción en la política, en los negocios turbios, en el tráfico de la niñez y de la mujer etc.
Cuando nuestros líderes cívicos, empresariales, educadores y personajes públicos sientan que solamente serán reconocidos por sus pares de la sociedad, cuando sus actos sean trasparentes y probos y que no los saludaremos ni aceptaremos en la misma mesa o la misma tarima, incluso, la misma fiesta, en donde asistan estos personajes ampliamente conocidos, cuando los hijos de la gente de bien no compartan los espacios con los hijos de los corruptos y sus parejas no encuentren amistad ni aceptación en una sociedad que repudie de manera directa su accionar, cuando no contar con ninguno de ellos entre mis clientes, ni mis vecinos, ni mis compañeros de deporte o de juego sea motivo de orgullo, estaremos aportando nuestra mejor defensa, la sanción social.
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