Antes de comenzar sería bueno decir que todos hemos nacido en otra parte. Cuando en un país el proyecto de vida personal no encuentra luz, aire, agua y tierras fértiles, cuando los sueños se interrumpen con pesadillas de realidad y dormir es el mejor espacio de recreación que se puede encontrar, hay que hacer algo con nuestras vidas o con el país. Podemos luchar hasta la muerte o un poco más acá, para cambiar las cosas y que los sueños de otros, ya no los nuestros, puedan ser realidad, pero también renunciar al proyecto, cambiarlo o resignarse a la derrota, aunque siempre será una alternativa migrar en busca de otro estado, como lo hacen hoy tantos venezolanos y colombianos. Cuando trasplantamos nuestra vida a otro país, e incluso cuando regresemos al nuestro, la etiqueta de migrante colgará de nuestro cuello para bien o para el desprecio de personajes como Claudia Palacios Giraldo, columnista de El Tiempo, colombiana, posiblemente de familia migrante española por sus apellidos, que mandó a los migrantes a parir en otro lado, sin tener en cuenta que la migración es un fenómeno perpetuo, connatural a la humanidad y que por definición jamás se detiene.
Nuestra prehistoria nacional relata cómo españoles y portugueses, entre otros, buscaron la realización de sus sueños en las tierras de América, incluso cuando estas no eran de Américo, de Colón ni de Aragón y Castilla y, sin tiempo para migraciones, la historia de los de acá, se truncó o llegó a su fin. También llegaron japoneses, judíos y alemanes escapando de la Segunda Guerra Mundial, pensando que en nuestro país se podía vivir, mientras los nuestros emigraban, por la razón contraria (todos yendo a parir en otro lado). La complicación de la migración se genera por la falta de una política pública científicamente estructurada, por la falta de información censal, por las barreras culturales e institucionales y por subestimar la emergencia coyuntural hasta el punto en que seguimos atendiendo las urgencias, y los nacionales que retornan, son víctimas de la discriminación.
Es cierto que la inmigración genera situaciones injustas e inequitativas, evidencia y acentúa problemas de empleo, salud, educación y alimentos, pero el odio, la xenofobia y la aporofobia son la barrera que ciega y paraliza, perdiéndose la oportunidad de desarrollo que ella bien podría representar.
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