Despierta odios y reinarás

Columnista Invitado

Con un encendido discurso arrancó Donald Trump su campaña por la reelección presidencial, atribuyéndole carácter catastrófico a la mentada crisis migratoria que padecen los Estados Unidos de América y espetando consignas racistas y xenofóbicas ante los vítores de su auditorio.

Con razón anota Andrés Oppenheimer, en columna del Miami Herald, “los demagogos populistas siempre necesitan un enemigo, real o imaginario, para poder presentarse como salvadores de la patria”. La repetida aseveración de que hay una invasión de inmigrantes que traen el crimen y le quitan el empleo a los estadounidenses no tiene sustento fáctico. Según los datos revelados por el columnista, el Centro de Investigación PEW calcula que en 2017 el número de indocumentados fue de 10.5 millones, mientras que en 2007 llegaba a 12.2 millones de personas. Además, no existen estadísticas confiables respecto al incremento de la delincuencia por cuenta de los inmigrados, ni tampoco con relación a la pérdida de puestos de trabajo de los nacionales, ya que los oficios que realizan los expatriados no los quieren hacer la mayoría de los norteamericanos.

“Es cierto que en los últimos meses hubo un aumento de inmigrantes centroamericanos, que aún no ha afectado la tendencia general a la baja. Pero se debe en parte a que muchos hondureños, guatemaltecos y salvadoreños están apurándose para entrar a Estados Unidos por temor de que Trump cerrará muy pronto la frontera”.

Vuelve y juega el método de suscitar emociones y aprovechar los malestares que desatan las migraciones, así como también avivar las ilusiones del postulado América Primero, centrado en políticas proteccionistas y en el pábulo a una guerra comercial que atrae a determinados sectores industriales y conmueve los ánimos patrioteros. Un afán de odio y de repliegue de la Nación en sí misma que seguramente es más astucia electorera que verdad histórica, según se aprecia en las reversas continuas a las amenazas anunciadas.

Irresponsable estrategia de sumir en ascuas a una sociedad y retorcerla hacia el filo de las pasiones para crear una especie de Estado de opinión e imponer así la voluntad de un caudillo.

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