El presidente Duque completó 17 viajes al exterior en menos de un año, es decir, pasó 59 días fuera del país. Todo un récord, que trae a la memoria el inefable gobierno Pastrana que, sin embargo, tuvo una política externa relativamente exitosa. No se trata de ser parroquial al punto de ignorar que los viajes son necesarios para que un Gobierno actúe en la arena internacional, buscando soluciones a los desafíos internos que, en nuestro caso, pasan temas como drogas, posconflicto, medio ambiente y cambio climático.
El problema es que los viajes de Duque parecen más farandulería que la ejecución de una inserción internacional encaminada al logro de réditos políticos y económicos concretos.
A cada salida y con el trillado argumento de atraer inversiones, el Presidente pareciera huir de la convulsionada realidad de un país que se le salió de las manos.
Otra cosa que incomoda es la hipocresía de un Gobierno que internacionalmente pregona un compromiso con la paz y el medio ambiente que no tiene, al tiempo que intenta vender una realidad que no existe, justamente eso que Duque tanto criticaba de Santos.
En el caso de su más reciente gira por Inglaterra y Francia, la falta de comprensión de la coyuntura política fue notable no solo frente al drama humanitario de los llaneros, sino ante al terrible asesinato de María del Pilar Hurtado; pues mientras el país se conmovía con el llanto del niño al que le matan a su madre, el Presidente “tuwitteaba” desde Cannes publicitando su economía naranja.
En coyunturas criticas como la que hoy vive Colombia con la violencia, la corrupción, el desempleo y el desprestigio de la clase política a flor de piel, es muy grave la desconexión de un Gobierno errático tanto en el escenario interno como externo.
En este último frente a pesar de los frecuentes viajes, no se vislumbra un rumbo claro más allá del total alineamiento a Washington que ni siquiera a servido para librarnos de las amenazas de Trump.
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