Regiones sí, pero fuertes

Columnista Invitado

Se ha sostenido que Colombia es de regiones. La incapacidad por cinco siglos para conectarnos fortaleció la idiosincrasia regional, las características culturales, económicas y hasta los acentos y cuasi dialectos de nuestras provincias. Quién niega que las visiones del mundo, de Colombia, de la familia, de la legalidad, de las prioridades personales, aún de la cocina entre rolos y antioqueños son bien distintas.

O entre santandereanos y vallecaucanos. O entre nariñenses y opitas. En un mundo global, ser fuerte regionalmente es una virtud que acelera la competitividad si hay conectividad vial y cibernética y si las bases educativas y productivas son parecidas. Sin duda hemos avanzado en ampliación de la clase media, individualmente tomada, y empezamos a avanzar en la desigualdad entre colombianos; esas son buenas noticias.

Pero la mayoría de nuestras regiones son débiles. ¡Bogotá, Antioquia, Valle, Santander y Cundinamarca pesan la mitad en todo lo que produce el país! Y me dirán: es que tienen la mitad de la población. Y es cierto. Pero en Bolívar o Atlántico, por ejemplo, la población no coincide con el nivel de producción del aparato económico y por ende tampoco con el ingreso per cápita general, ni con los niveles de pobreza, más altos. Bolívar es el 4.4% de la población y apenas el 3.5% del PIB; Chocó es el 1,2% de la población y 0.3% del PIB; el Eje Cafetero es el 5.2% de la población y 4.2% del PIB nacional.

Así la diferencia entre personas y familias haya mejorado en términos de ingresos y acceso a bienes públicos, las diferencias entre regiones siguen siendo fruto de una manera errada de administrar.

La centralización se fortaleció porque el estado central y las regiones eran paupérrimos, sin blanca para invertir en conectividad, educación, salud o seguridad. Pero Colombia cambió. Ya el estado tiene un presupuesto respetable, 24% de un PIB de $400.000 millones de dólares.

Era menos de us$ 90.000 millones empezando el siglo. Si bien el funcionamiento se lleva la mayor parte con el servicio de la deuda, $20.000 millones son una suma apreciable de inversión. Algo funciona mal. Aceptando que algunos presupuestos regionales y locales, no todos, tienen problemas de transparencia, no puede ser que la solución que se les ocurra en Bogotá sea más centralización.

Si intentan robarse una obra, hacen otra desde la capital así no sea la que quieren en esa región. Asumiendo que el estado central ha mejorado en transparencia, la corrupción no puede ser la fuerza motriz del cercenamiento de las regiones de su capacidad de decidir prioridades según su idiosincrasia. Me niego a creer que la ciudadanía del Chocó sea incapaz de decidir su futuro; que tienen ladrones, quién lo duda. En todas partes hay. Lo que falta es mayor capacidad de los órganos de control y de la justicia para impedir que esos ladrones cumplan su cometido con la plata pública.

Pero, ¿y qué hay de los proyectos privados? ¿Qué haremos en el próximo futuro para que Manizales no se desindustrialice o Pereira siga creciendo en comercio o Armenia en turismo? ¿Lograremos dirimir el falso dilema de naturaleza o minería, naturaleza o petróleo? ¿Naturaleza o nuevos espacios agroindustriales? Cada vez que un proyecto primario se hunde, una región, casi siempre atrasada demora su progreso.

La reforma a las regalías debe reintentarse para que se gasten de acuerdo con las prioridades locales, no las que dicten iluminados en Bogotá y para que se permita además de invertir, funcionar modernamente y estructurar bien los proyectos. En el cambio de paradigma de la administración local y regional, está la otra mitad de la solución a la desigualdad en Colombia. Y vienen elecciones.

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