La crisis ética

Columnista Invitado

Es un error esperar que la formación ética sea exclusivamente responsabilidad de las familias. Pero no solo es un error sino un despropósito social. Si bien las bases que los padres den a sus hijos con el fin de formarlos como individuos honestos y para que sepan distinguir entre el bien y el mal y así actuar en consecuencia, no son suficientes para tener en el futuro adultos que se comporten sin transgredir atrevidamente normas sociales que favorecen la convivencia, o adultos que se desempeñen éticamente en el ejercicio de sus oficios o profesiones.

Que la corrupción, por ejemplo, es uno de los flagelos que más afecta la convivencia pacífica y respetuosa entre los colombianos, representa un diagnóstico aceptado socialmente desde hace mucho, frente al cual se pueden esgrimir evidencias irrefutables desde tiempos inmemoriales hasta hoy por la mañana. Sin embargo, la posición cómoda de responsabilizar únicamente a las familias de la existencia de individuos corruptos, impedirá encontrar soluciones estructurales al problema.

Las universidades tienen un papel fundamental en la formación en valores. Entre otras porque efectivamente las familias no están asumiendo su papel social de formar adecuadamente para la convivencia, lo cual también es responsabilidad de las universidades, pues en muchos casos los padres pasaron por sus aulas. Un círculo vicioso al que no podemos seguir dando la espalda.

Las universidades -y los colegios- deben formar en lo ético, pero también deben castigar, en la medida de sus posibilidades, las faltas éticas de manera estricta y rigurosa. Los dilemas morales del ejercicio profesional son distintos dependiendo de la disciplina y del campo de formación en muchos casos y no tienen por qué ser abordados necesariamente en el seno familiar. Es imperioso recuperar o crear nuevas estrategias de impacto para que las nuevas generaciones aprendan a respetar las normas y actúen bien. Y es necesario hacerlo cuanto antes.

Es necesario enseñar a las nuevas generaciones que infringir las leyes tiene consecuencias, ninguna de ellas agradable. Es necesario recuperar un sentido de responsabilidad civil que se ha ido perdiendo en las nuevas generaciones, que parecen privilegiar la individual sobre lo colectivo.

santiagogomezmejia@gmail.com

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