PrayForElCañón

Columnista Invitado

Ahora que se ha despertado un particular sentimiento proteccionista por el medio ambiente a raíz de las estremecedoras imágenes de la Amazonía y los voraces incendios en nuestro departamento, creí conveniente documentar una historia que cada vez se hace más repetitiva.

En pasados días tuve la oportunidad de visitar la parte alta del Cañón del Combeima y comprobé con mis propios ojos que de ese plan tranquilo, sano y amigable con el medio ambiente queda cada vez menos.

No se trata de afectar el trabajo de cientos de familias, ni el impulso de empresarios y emprendedores del sector comercio y turismo, que han hecho considerables inversiones allí, menos cuando las estadísticas de desempleo nos agobian.

Sin embargo, lo que pude observar obliga desde esta tribuna un necesario llamado de atención de las autoridades administrativas y ambientales.

Debemos aprender de los Mamos de la Sierra Nevada que los ecosistemas aún en condiciones de sostenibilidad ecológica necesitan descansar y que se deben adoptar medidas que permitan aliviar la carga poblacional nociva para flora y fauna, aún cuando resulte benéfica para los comerciantes.

Transitar desde Juntas hasta el mirador Los Sauces ya no es una opción segura, pues el tráfico de vehículos desborda las capacidades de la vía que también comparten ciclistas, caballos, peatones y motocicletas.

En paralelo, se multiplican los fogones de leña, las ventas de productos y en consecuencia los residuos sólidos, todo ello cada vez más arriba de la montaña.

Mención aparte merecen los bañistas inconscientes que dejan su rastro depredador en el cauce de la misma fuente hídrica que surte el acueducto que más tarde conducirá el agua a sus hogares.

Y como si el problema no fuera suficiente se conjugan de manera siniestra la contaminación por emisiones de CO2 de cientos de vehículos que parecieran simular un éxodo masivo, la contaminación auditiva de sus pitos, cornetas y motores.

El coctel de caos del que debería ser nuestro santuario natural se adereza con la ausencia de un plan de manejo de tránsito y un sistema de transporte público deficiente e ineficiente en cuyos automotores, como si fuera un chiste, se exhiben certificaciones de calidad, al mismo tiempo que los pasajeros luchan contra la gravedad para no dejarse caer al asfalto. Toda una aventura extrema.

Este nefasto panorama en época electoral me hizo recordar la audaz propuesta del hoy candidato del partido afro a la Alcaldía de Ibagué, quien armó un zafarrancho para reivindicar el derecho al paseo de olla en la zona, desafiando las decisiones técnicas adoptadas por las instituciones constitucionalmente creadas para tal fin.

Pero también me hizo pensar que no estamos ante un tema menor y que valdría la pena conocer las posiciones de quienes ahora aspiran a liderar los destinos de este municipio frente a la problemática que conjuga movilidad, empleo, generación de ingresos, desarrollo del turismo y protección ambiental.

Las ideas van más allá de lo facilista de una medida restrictiva total para el acceso de turistas, pero, indiscutiblemente ameritan una acción coordinada y de ejercicio real de autoridad para poner orden a semejante despropósito antes que los efectos sean mayores.

Es ahora cuando debe prevalecer el derecho al futuro con agua y suficiente oxígeno para los ibaguereños.

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