La paz sin garantías

Columnista Invitado

Han pasado 18 años y las imágenes siguen, indelebles, en la memoria de millones en Estados Unidos y en el mundo. Desatan pesadillas y lágrimas. El recuerdo de dos aviones impactando las Torres Gemelas, símbolo del capitalismo en el corazón de la Gran Manzana, está en la vida de los estadounidenses.

Quienes no habían nacido en 2001, han crecido escuchando historias de horror sobre “el día en que el mundo cambió”. Parece una frase de cajón, pero pocas encierran tanta verdad. El terror golpeó el corazón del país más poderoso y las naciones temblaron al imaginar la reacción de un gigante. Nunca antes tuvo tanta fuerza el viejo proverbio chino: “El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. Y el aleteo llegó con una fuerza inimaginable.

La más grande secuela de unos atentados que dejaron más de tres mil muertos, fue que Estados Unidos declaró la guerra contra el terrorismo y Colombia, en el patio trasero gringo, sintió cómo la geopolítica mundial cambió para siempre la imagen de unas guerrillas que, por aquel entonces, eran vistas por algunos de forma romántica: el Robin Hood latinoamericano. Nunca más sería así, las Farc y el ELN fueron incluidas en la lista de organizaciones terroristas junto a tenebrosos grupos como ETA, Al-Qaeda, Hamas o Hezbolá.

Muchas cosas han pasado desde entonces. Estados Unidos mantiene en Afganistán la guerra más larga de su historia, mientras Colombia logró sentar en la mesa de negociaciones a la guerrilla más vieja del mundo y, en noviembre de 2016, firmó un acuerdo de paz que terminó con cinco décadas de guerra. ¿Imperfecto? Con total seguridad, pero considerado ejemplo para el mundo.

Lamentablemente hay voces que vaticinan el fin de esa paz; y, más grave, hay hechos que dan fuerza a esos pronósticos. El anuncio de Iván Márquez de regresar a las armas, junto a otros temidos jefes guerrilleros, es el más reciente, pero no el único. El incremento desenfrenado de cultivos ilícitos, el asesinato masivo de líderes sociales, las amenazas contra candidatos que han terminado en la muerte violenta de varios, son apenas ejemplos de esa espada de Damocles que pende sobre unos acuerdos que, aunque blindados, se perciben débiles.

No vale la pena desgastarse buscando culpables. Los colombianos somos expertos en usar el espejo retrovisor, pero se nos dificulta ser esperanzadores. El futuro lo vemos incierto sin imaginar por un instante que gran parte de su éxito está en nuestras manos.

Esto no se trata de ideologías políticas de derecha, centro o izquierda; esto es de, más bien, crear un frente común entre colombianos de a pie para darnos la mano, tender lazos de comunicación y abrazar la idea de que un país diferente al de las últimas generaciones es posible.

De lo contrario esa espiral de violencia que últimamente parece aumentar, se hará repetitiva hasta un nuevo punto de no retorno. De ahí a otras cinco décadas de violencia no hay mucha distancia. Solo basta recordar cuando Alfonso Cano, abatido jefe guerrillero, dijo en 1992 al fracasar los diálogos de Tlaxcala, México: “Nos vemos dentro de 10 mil muertos”. Y fueron muchos más.

@JCAguiarNews

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