Defendiendo la verdad

Columnista Invitado

Las malas noticias nunca han sido bien recibidas. Sucedió con Tigranes El Grande, quien fue rey de Armenia antes de Cristo. En Vidas Paralelas, Plutarco cuenta que el mensajero que le llevó la noticia a Tigranes de que Lúculo amenazaba su reinado, fue decapitado sin que nadie después se atreviera a contarle lo que sucedía.

El miedo se apoderó de quienes tenían información y aquella frase retórica de “matar al mensajero” hizo carrera hasta la sociedad moderna. Hoy, en medio de grandes polarizaciones, toma mucha fuerza. Las imágenes del camarógrafo Hernando Vivanque, de Red Más Noticias, cuando esta semana lo agredió un manifestante en Bogotá son lamentables. Lo golpea, le daña su cámara —tan sagrada para un reportero gráfico— y finalmente le pinta su cara con aerosol.

El agresor fue un vándalo que cobardemente se escondió tras una máscara. Estos hechos violentos contra la prensa en Colombia no son nuevos, ni aislados. Más bien es el reflejo de una sociedad intolerante que no acepta opiniones o noticias cuando giran en torno a sus intereses, ideas o, más grave, cuando tocan directamente a líderes políticos que se sienten mesías pero que tienen pies de barro.

No hay que ir muy lejos para dimensionar esta realidad. Entre 1977 y 2015, según el Centro Nacional de Memoria Histórica, fueron asesinados 152 periodistas. De ellos 112 trabajaban en medios pequeños, es decir los más indefensos. Ser periodista es mucho más que una profesión o un oficio —como lo describió García Márquez—; es una pasión. Es quizás por eso que los reporteros nos entregamos de lleno a las discusiones de la realidad diaria colombiana, a riesgo de ser estigmatizados.

Sucede constantemente en redes sociales, donde la información rueda sin ningún tipo de verificación y donde las mentiras para manipular a las personas son el pan de cada día. Esta semana un amigo de la adolescencia, al que recuerdo con cariño y respeto, me escribió que los periodistas, desde nuestro trabajo, polarizamos. No es así. Los periodistas somos contadores de historias y desde la realidad, muchas veces abrumadora e indeseable, opinamos para que quienes nos leen o escuchan tengan un punto de referencia para crear sus propias opiniones.

Pretender que no lo hagamos es “matar al mensajero” y, en un momento tan difícil de nuestra historia, eso sería un suicidio colectivo. Claro que los periodistas tenemos que ser exigentes con la información, ser responsables en la forma en que la entregamos y ser más eficaces en el ejercicio diario de cumplir con ética y moral nuestra labor.

Pero lo que no podemos hacer en un momento en el que, no solo en Colombia sino en el mundo cierran medios de comunicación y sacan reporteros de las salas de redacción, es callarnos ante los poderosos, quienes con sus perversos manejos afectan los derechos de los colombianos. No lo duden, si nos callan, si silencian la verdad, es como si nos decapitaran de la misma forma en que Tigranes ordenó hacerlo con aquel mensajero hace un par de milenios. No nos engañemos, los reporteros, con todos los defectos que podamos tener y que debemos mejorar, hacemos parte de los valores que enmarcan esa libertad de la que nos preciamos tener en nuestra afligida democracia.

@JCAguiarNews

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