Querer la democracia

Columnista Invitado

Quien siente afecto e inclinación hacia algo o alguien, deseándole bien, quiere, ama. Querer la libertad, querer la iniciativa particular, querer el respeto por la diversidad, querer equidad, querer un aparato judicial balanceado y transparente, querer una naturaleza pródiga y protegida, querer la rotación en el poder, es querer la democracia. Y a diferencia del amor entre personas, el aprecio por el sistema democrático está en franco decaimiento en el mundo del siglo XXI, y sobre todo en nuestra latinoamérica.

Según la Universidad Vanderbilt y la AID, a principios de este siglo el apoyo a la democracia en la región estaba en el 68%, es decir en 7 de cada 10 latinos. Apenas 15 años después, ese apoyo cae 10 puntos al 58%, un latino menos de cada diez. Y la mitad desconfía del sistema, es decir de los tribunales, de las elecciones, de la protección de los derechos fundamentales.

En Colombia, solo 3 de cada diez ciudadanos tiene confianza en las elecciones y en el subcontinente casi la mitad de los encuestados favorece un gobierno autoritario, militar, para solucionar la corrupción y otros crímenes. En Perú, 6 de cada 10 personas favorece el cierre del Congreso, cosa que finalmente ha sucedido así sea por procedimientos legales; muy interesante, en Colombia solo 2 de cada 10 paisanos estarían de acuerdo con cerrar las cámaras legislativas, a pesar del desprestigio.

Y, ojo, entre quienes no usan redes sociales el apoyo a la democracia es cercano al 45%. Pero entre quienes son altos usuarios de redes, cae a 39%. ¿Quiere esto decir que las redes están deteriorando ese apoyo? ¿O que están sustituyendo al sistema? ¿Son incompatibles en el mediano plazo redes y democracia tal como las conocemos? Apenas se está abriendo el debate en el mundo. Hay quienes sostienen que efectivamente la velocidad de la comunicación social está acabando con el principio de la representación, porque las redes no representan a nadie, pero sí son crecientemente decisorias en la política; incluso, como el profesor Rousseau, sugieren la creación de una Asamblea Social Permanente que recoja las iniciativas de las redes y las trámite por el sistema institucional.

En este estudio, a la democracia la quieren más los hombres que las mujeres; más los ciudadanos urbanos que los rurales; más los pobres y los ricos que la clase media; más los que han hecho un posgrado, que los que no. En cuanto a corrupción, dos de cada diez ciudadanos afirma haber sobornado un servidor público. En Colombia, en relación con la Fuerza Pública, que se había mantenido prácticamente inmune a los vaivenes políticos, hay deterioro grave en este y otros estudios recientes, factor de alarma: construír prestigio para nuestras Fuerzas tomó 20 años; bajarlo notoriamente, tres meses; volverlo a subir, tomará varios gobiernos.

Otra característica del ambiente latino, es la incertidumbre frente a la economía. La región parece haber perdido el norte de sus ídolos: Chile lleno de protestas violentas contra su funcionamiento económico y social, México lleno de populismo, Brasil y Argentina de tumbo en tumbo, afectos ambos al autoritarismo populista. Las clases medias con incertidumbre económica son pólvora esperando un estopín: ninguno de sus miembros quiere devolverse a la pobreza cueste lo que cueste.

Podría uno decir que este deterioro de la confianza en el sistema es solo fenómeno latino; no es así. Las encuestas en Europa y Norteamérica muestran esa tendencia. Y los hechos lo favorecen también en el Reino Unido con el Brexit; en Italia con el presupuesto; en Francia con los precios de los combustibles y la política agrícola; en España con la ola independentista, especialmente la catalana; en Alemania con las brechas urbano-rurales y los icónicos tractores en desfile; en EEUU con el proceso de impeachment a Trump; en Centroamérica con los procesos penales contra parientes del ejecutivo, aumento del crimen organizado y emigración desaforada sobre todo de menores.

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