El abismo de la paz

Columnista Invitado

La firma, mucho más que un acto simbólico o protocolario, era un hecho esperado, por el que trabajaron las dos partes durante año y medio.
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El documento fue ratificado por quienes lideraron las negociaciones, el embajador de Estados Unidos en Afganistán, Zalmay Khalilzad, y un cofundador de la milicia talibán, Abdul Ghani Baradar. Un hecho importante porque durante 19 años tropas estadounidenses combatieron, a más de 11 mil kilómetros de sus fronteras, a la guerrilla talibán, luego de que estas ayudaran en la realización de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas, corazón del sistema financiero estadounidense, el 9 de septiembre de 2001. Aquellos atentados con más de 3 mil muertos, en el país más poderoso del mundo, cambiaron para siempre la geopolítica mundial y desataron una guerra contra el terrorismo, cuyas repercusiones todavía enfrentamos. No es el fin de la guerra, como lo han manifestado algunos, pero si el inicio de un proceso de reconciliación y estabilización en Afganistán, una nación que no ha tenido muchos días en paz en las últimas décadas. Se espera que en catorce meses se hayan retirado del país las tropas extranjeras y que los diálogos entre los actores de la realidad afgana encuentren puntos de acercamiento y no de distanciamiento. Aunque es incierto lo que puede pasar, hay miradas optimistas y esperanzadoras. En Colombia tuvimos nuestra propia versión de esta historia, se llamó ‘Acuerdo para la Terminación del Conflicto’, y tras dos históricas firmas todavía parecemos empeñados en negarnos la posibilidad de mirar hacia el futuro con la ilusión que lo hacen muchos afganos. Parecemos anclados en el mar de nuestra miseria violenta, envueltos en el vaho de una historia sangrienta, y atrapados en una realidad que nos anestesió por décadas, evitando que despertáramos de una tragedia que se repetía condenándonos a reciclar las guerras de nuestros antepasados y a escalar espirales de terror que dejaban muertos y heridos en una sociedad atónita y asustada. Muchos, especialmente lo detractores del proceso colombiano, dirán que allá mataron a Osama Bin Laden, olvidando que aquí fueron abatidos los máximos comandantes de las Farc, Alfonso Cano y Jorge Briceño, alias ‘El Mono Jojoy’. Más que una competencia de resultados en los campos de batalla, debería ser un aplauso a los intentos por desescalar los conflictos que agobian al mundo. Tanto en Afganistán como en Colombia, son oportunidades que reciben las guerrillas, para que demuestren sus verdaderas intenciones de construir una mejor sociedad. ¿Tendrán los talibanes tropiezos en el camino? Seguramente como los tienen las Farc en Colombia y que permitieron el surgimiento de disidencias que hoy opacan un proceso de paz que es admirado por el mundo y rechazado por sectores colombianos. Tendrán los talibanes que demostrar sinceridad como lo han hecho antiguos jefes de las Farc. Han pasado más de tres años desde que se firmó el acuerdo del Teatro Colón y el sabor todavía es más amargo que dulce. Aunque Juan Manuel Santos ganó un merecido Nobel de Paz, en Colombia, según la Fiscalía, han asesinado a más de 160 desmovilizados de las Farc, entre ellos Astrid Conde, la muerte más reciente, y quien lideraba la reincorporación en Bogotá: también a más de 500 líderes sociales; el Estado no ha cumplido mucho de lo pactado; y, parte de la sociedad rechaza lo acordado. Yo, no me resigno y prefiero la esperanza que hoy alimenta el corazón de los afganos.

JUAN CARLOS AGUIAR

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