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Columnista Invitado

No importan sus edades: algunos son muy jóvenes, con el brillo de la ilusión iluminando sus rostros; otros ya mayores, con el peso del cansancio sobre sus hombros. Hombres y mujeres que visten el mismo uniforme, a veces blanco, otras azul y otras verde, de diferentes tonalidades.
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Los une la misma pasión. En los últimos días, mientras millones nos encerramos en la seguridad de nuestros hogares, con la esperanza de que una amenaza llamada coronavirus no logre alcanzarnos, ellos hacen todo lo contrario. Superan profundos temores y salen al campo de batalla a dar su pelea y enfrentar a un enemigo silencioso que en cuatro meses ha asesinado a más de 11 mil personas en el mundo, contagiado con su vaho venenoso a más de 275 mil en al menos 170 países de los cinco continentes y confinado, a voluntad o sin ella, a decenas de millones. Sus fotografías dan la vuelta al mundo. Se les ve luchando sin descanso o recostados en cualquier rincón, unos contra otros, aprovechando unos pocos instantes antes de regresar a lo que mejor saben hacer: salvar vidas. Los integrantes de los cuerpos médicos del mundo hoy son héroes que no pueden ir a sus casas porque cada minuto es valioso, porque pueden estar contagiados y quieren proteger a sus familias o porque su juramento los mantiene en clínicas y hospitales. No son los únicos que tienen largas jornadas para combatir el coronavirus. En empresas grandes y pequeñas, de decenas de naciones del mundo, cuadrillas de hombres y mujeres, desprovistos de títulos universitarios y sin mayores ambiciones, limpian los rincones de los lugares de trabajo donde otros no quieren ir por temor a caer enfermos. Son los responsables del aseo minucioso para lograr desinfecciones por las que anteriormente jamás nos hubiéramos preocupado. En sus rostros se ve el temor a un enemigo silencioso e invisible, que no respeta edad, sexo, raza, religión o condición social o económica. Ellos, mientras se entregan a sus exigentes labores de limpieza intensificadas en las últimas semanas, se ocultan en el anonimato para pasar desapercibidos dejando un inconfundible aroma a desinfectante por donde pasan. En tercer lugar, pero no menos importantes, están los policías y militares quienes, al igual que han defendido fronteras, valores e ideales, siguen firmes en un combate que no conoce de fronteras marcadas por la humanidad. Ellos no van a casa porque el trabajo de garantizar el orden público y el cumplimiento de las normas decretadas por los gobiernos del mundo, así lo exige. Esta es mi forma de agradecer a todos, y a través de ellos a mis amigos que se dedican a estos nobles oficios. En momentos de crisis se conoce el carácter de las personas. Hoy merecen un aplauso sostenido y profundo, que les haga sentir que su esfuerzo vale la pena. Algunos seguramente no regresarán a sus casas nunca más y sus familias llorarán su pronta partida. Doloroso, pero gracias a ese sacrificio la humanidad logrará sobreponerse y, como ya lo ha hecho en el pasado, saldrá victoriosa. Lo importante es que las enseñanzas queden allí para que aprendamos a cuidar este planeta, el único que tenemos, y para que nos cuidemos a nosotros mismos. En medio de todo esto es increíble que todavía muchos crean que no es real o que es una exageración de los medios de comunicación.

JUAN CARLOS AGUIAR

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