Los temores de un pediatra

Columnista Invitado

En medio de la crisis sanitaria ocasionada por la pandemia desatada por el Covid-19, los profesionales de la salud somos, por fortuna, las voces más oídas.
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En esa medida, tenemos una enorme responsabilidad que trasciende a nuestros pacientes y de la que es destinataria toda la comunidad.

Me voy a ocupar de un tema bastante controversial, pero de mucha importancia. He tenido noticia de que en la mayoría de copropiedades de nuestra querida Ciudad Musical de Ibagué se ordenó el cierre de las zonas verdes. Debo señalar que, así como estoy totalmente de acuerdo con el cierre de gimnasios, piscinas, zonas húmedas, salones comunales, canchas de squash, etc., no pienso lo mismo en lo que tiene que ver con senderos, caminos y vías internas al aire libre.

Pocos de ustedes saben que por cuenta de la pandemia, de zozobra y de angustia, nos tocó cerrar los consultorios pediátricos para proteger a nuestros niños y familias; y cada vez que salimos de la casa, entramos a un hospital y regresamos, tenemos que cumplir con un “rito desinfectante” de varios minutos, aunque eso es lo de menos. Más duro es salir a buscar desesperadamente insumos para nuestra protección laboral (trajes, gafas, caretas, tapabocas N95, etc.) a precios nada cómodos. De manera que somos conscientes del alto riesgo de contagio del virus, razón por la cual nos estamos capacitando de forma virtual con científicos, médicos, epidemiólogos, especialistas colombianos e internacionales que nos facilitan las industrias farmacéuticas, agremiaciones médicas y especialmente nuestra Sociedad Colombiana de Pediatría, de tal manera que lo que les quiero comentar tiene respaldo en la evidencia científica verificada a la fecha.

“Las mariposas vuelan”, los virus no; está en nuestras manos, como ustedes lo han oído más de un millón de veces. Un ejemplo me ayuda a ilustrar la situación. Una persona infectada está en la zona verde de su conjunto o en una calle no muy estrecha. Esa persona tose fuerte, el virus lo impulsa por el aire a dos metros de distancia, máximo, y va cayendo; pero el aire, las leves corrientes que hay y no percibimos, se lo lleva y lo va desplazando, la carga viral de microgotículas se dispersa y sería muy difícil, casi un imposible que otra persona diferente, que pase veinte o treinta segundos después por el mismo sitio se contagie. Todo lo contrario ocurre en espacios cerrados, siendo estos la principal fuente contagio.

Nos negamos a aceptarlo, pero lo sabemos. Nuestro planeta se quiere autorregular, pues nosotros los humanos hemos cometido muchos errores que no son fáciles de revertir, pero, ¿aún estaremos a tiempo de reparar el daño que le hemos causado al planeta? No lo sé. Espero que sí y depende de todos nosotros intentarlo.

Por eso quiero compartir con ustedes lo que he aprendido en estos días y sensibilizarlos para irle perdiendo responsablemente el miedo a ese virus letal; en ese camino es muy importante que no perdamos el miedo al contacto con la naturaleza, no la abandonemos ahora y los que tienen la posibilidad, no se priven de un poco de aire puro y de recibir los rayos del sol, así sea por uno pocos minutos. Es un asunto de salud mental y física.

Y es que está probado que nuestro maravilloso organismo, creado a la perfección, no es capaz de aguantar un encierro prolongado sin que nuestra salud mental comience a afectarse; además, somatizar las presiones que estamos soportando puede resultar incluso más dañino que el mismo virus. Algunos dirán, ¿y por qué los mineros en Chile pudieron?, son casos excepcionales. La regla general es que el encierro no es ideal y menos para quienes tienen ya ciertas patologías. Seguramente el organismo de muchos niños, adultos y abuelos está contenido, por fortuna, pues no están presentando síntomas de enfermedades infecciosas como diarrea, gripas comunes o al menos en menor frecuencia y hasta los casos de apendicitis han disminuido en Ibagué, no sé por qué razón. Pero una de las grandes preocupaciones es que esa contención no dure mucho más, las sintomatologías se disparen y la gente tenga que salir a buscar atención médica en condiciones que no son adecuadas, con riesgo de contagiarse y contribuyendo a la congestión de nuestra limitada infraestructura sanitaria.

¿Cuál es mi propuesta? A pesar de las falencias en la planeación de nuestra querida Ibagué, muchos tienen la fortuna de vivir en conjuntos cerrados, con áreas comunes al aire libre como senderos, parques, polideportivos, etc. Los edificios tienen terrazas y, en algunos casos, salones comunales abiertos. Vista la baja probabilidad de un contagio en espacios abiertos, cumpliendo con las normas establecidas por el Gobierno nacional, respetando el distanciamiento social y atendiendo las últimas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud en relación con el uso de tapabocas y la debida desinfección de las superficies de contacto -si hubiese-, ¿por qué no organizar un uso racional, por turnos y con prioridad para adultos mayores y niños de estos espacios abiertos, en lugar de mantener las prohibiciones de uso? Los niños, el futuro de nuestra sociedad, y nuestros mayores, a quien todo se lo debemos, sin duda nos lo agradecerán y de paso generaremos una válvula de escape, regulada y ordenada que conceda unas pequeñas treguas en este forzoso, pero necesario aislamiento social.

Dejo el tema sobre el tapete. Administradores, consejos de copropiedad y autoridades tienen la última palabra. Si no logramos esa coordinación, luego dar pasos más grandes será casi imposible, y está probado que la vida, al menos este 2020 no será normal. Mantener la distancia sigue siendo la consigna, pero no aislarnos sin necesidad, ni privarnos de la luz de día y el aire fresco que baja de nuestro nevado. Con responsabilidad, tómenos un respiro, un segundo aire para afrontar seguramente una segunda cuarentena.

DIEGO MAURICIO CARDOSO

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