Pobreza Oculta

Columnista Invitado

La Pobreza oculta hace referencia a un tipo de pobreza que enfrentan personas de estratos medios y altos que tienen algunos bienes pero no cuentan con ingresos para cubrir sus necesidades; también se la suele llamar pobreza invisible o vergonzante. Suelen habitar inmuebles en zonas de estrato 4 ó 5 cuya fachada puede lucir relativamente bien pero por dentro acusan gran deterioro, no por negligencia de sus propietarios sino por imposibilidad para pagar las reparaciones. Es un fenómeno social muy poco estudiado, entre otras cosas porque no se tienen cifras oficiales, precisamente porque lo usual es que quienes la padecen no explicitan su condición de vulnerabilidad pero se presume que es grande el número de familias que sufren este flagelo.
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Para ilustrar este fenómeno, comparto un caso que conocí hace algún tiempo. Se trata de un hogar conformado por un matrimonio de personas próximas a cumplir 80 años, que vive acompañado por una hermana también mayor, y por su hija separada que se ocupa en actividades de rebusque y regresó a la casa paterna con dos hijos graduados de universidad que no han conseguido trabajo a pesar de la intensa búsqueda, y cuya meta es radicarse en España con el apoyo de un tío que vive allí, aspiración que habrán tenido que descartar por razones obvias.

El jefe del hogar en referencia recibe una pensión minúscula y una pequeña remesa que les envía su hijo radicado en España. Entre tanto, en este hogar deben pagar impuestos, servicios públicos, servicios de salud, medicamentos, alimentos, otros elementos básicos y abonar a deudas acumuladas. Y claro, los impuestos y servicios son costosos porque el predio está ubicado en un sector de estrato 4; además, por esa razón no califican para recibir subsidios oficiales.

A veces logran alquilar una de las habitaciones y han pensado vender la propiedad -lo único que tienen- pero los pocos interesados ofrecen compra por el lote, porque la casa solo da para demolerla y construir un edificio si logran que el vecino les venda. No obstante, el monto que les ofrecen apenas alcanzaría para adquirir una pequeña vivienda en una zona modesta y alejada, con lo cual no resolverían sus problemas.

Tiempo atrás aquellas personas tuvieron un buen vivir y cierta figuración social pero, con el paso los años los ingresos se redujeron y hoy, no por orgullo sino por dignidad, no quieren que se note la enorme pobreza en que viven, por eso no piden limosna, no participan en marchas o protestas, ni cuelgan un trapo rojo en su ventana. No encuentran salida a esta situación y la ansiedad que les genera es tan fuerte que temen, por sobre todo, que se afecte la salud mental de toda la familia y que si alguno de ellos muere no tendrían cómo pagar su funeral. Es previsible que el confinamiento impuesto por el COVID-19 haya agudizado sus problemas, acaso su inquilino dejó de pagar la renta y la remesa que esperaban no les llega porque quien la remitía también está pasando muy mal tiempo.

Se puede anticipar que con múltiples variantes, son numerosas las familias que sufren la Pobreza Oculta, por ello es importante que observemos nuestro entorno y con discreción tratemos de identificar ese tipo de hogares para llegarles con una ayuda que no lastime su dignidad, y también que los entes gubernamentales y organismos de ayuda encuentren formas efectivas de apoyarles. Por supuesto, antes que limosnas ellos necesitan oportunidades de trabajo para sus hijos y nietos. Y qué bueno sería que se avance en el estudio de este fenómeno, de tal modo que se pueda apoyar la formulación e  implementación de política pública en la materia.

CARMEN INÉS CRUZ

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