Patrimonio natural

Columnista Invitado

Cuando en lenguaje corriente se pronuncia el término patrimonio, la interpretación más amplia es la de bienes que una persona ha heredado y/o acumulado a través de los años.
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Así se le denomina al conjunto de esos bienes, por ejemplo, en la declaración de renta que presenta solo el –aproximadamente- 6% de los habitantes del país. Aplicado el término de manera más colectiva, como asunto compartido por todos los colombianos, el imaginario se orienta a edificio antiguo, con características que los arquitectos reconocen como estilos colonial o republicano. No obstante, al ahondar, se recuerda que también son patrimonio las herencias ancestrales como aquellas piezas contenidas en el mundialmente reconocido Museo del oro, o en otros museos, principalmente los administrados por el Banco de la República.

Lo expresado hasta aquí, hace parte del patrimonio material, físico, palpable, tocable si se quiere. Pero suele ser más propio, más local, más identitario aquel patrimonio inmaterial, consistente en expresiones heredadas, que manifiestan tradiciones transmitidas de generación en generación de manera oral, musical, ritual, artística, gastronómica, festiva, de valores, de conocimiento, entre otras.

Al respecto de patrimonio, cabe preguntarse: ¿qué de todo lo mencionado hasta aquí, podría existir si no fuera por la naturaleza y su generosidad? Con frecuencia lo fundamental, por sencillo y cotidiano, se olvida y se deja de lado. Qué sería de las ciudades si no fuera por sus ríos? Esos, que luego de haber sugerido el lugar de asentamiento, haber nutrido y sostenido a la población y haber facilitado el desarrollo, han sido olvidados, canalizados, entubados y enterrados. Y, ¿qué sería del carácter, de la personalidad de las ciudades, si no fuera por su relieve? Ese que saborearon y digirieron paso a paso los primeros pobladores. Ese que hace la gran diferencia en la percepción general que se tiene de nuestras ciudades. El que hace sentir la facilidad de orientarse en Cali o Bogotá, ciudades asentadas sobre terrenos mayoritariamente planos y con una línea de montañas, la primera al occidente y la segunda al oriente. El mismo que hace sentir que se está abrazado por montañas, en el caso de Medellín, y reconocer dos líneas cardinales, aunque no sabiendo exactamente si se camina hacia norte o hacia el sur, o si se “sube” hacia occidente o hacia oriente.

En Ibagué, la experiencia perceptual del relieve es muy particular y todavía más confusa que la última mencionada. Esto se debe a la estrecha relación entre relieve y cursos de agua, y al trazado en abanico que éstos últimos han dibujado sobre el manto territorial que baja desde el nevado y que los nativos, de manera admirablemente sensible, llamaron Dulima (posteriormente Tolima), es decir: Río de nieve. En el territorio donde se asienta la capital musical de Colombia, la comprensión o memoria de la morfología a gran escala  hace decir “subir”, cuando física y literalmente, en la escala perceptual inmediata, estamos bajando. Los numerosos cursos de agua configuran este territorio que no es una planicie, ni alta como Bogotá, ni baja como Cali. Tampoco es la escasa ampliación de la ronda de un río, acosada por montañas de lado y lado como Medellín, es simple y orgullosamente: Ibagué y una parte de su valioso y poco reconocido: patrimonio natural!

* Paisajista, miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos Paisajistas –SAP- Delegada ante la IFLA, Presidente del Comité de educación de la Región Américas de la IFLA.

GLORIA APONTE GARCÍA

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